Taller: Tejedoras ancestrales de vida
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Valle del Cauca
Ubicación: Cali, Valle del Cauca
A María Lucila el tejido la reencontró en la ciudad, lejos de sus montañas natales y su lengua nasa yuwe. Volvió a ella como un destino posible y amable, en medio de muchas dificultades. Volvió para darle sentido a su deseo férreo por defender a las suyas, un impulso que desde siempre estuvo conectado con la idea que se extendió en el país sobre los Nasa, que son tercos y difíciles, y que nació, simplemente, de la voluntad con la que defienden lo suyo. Por eso María Lucila creyó por mucho tiempo que lo que debía hacer para resistir era estudiar derecho, y por eso fue tan doloroso no lograrlo en un tiempo en el que no era común que las mujeres indígenas fueran a la universidad. Ahora ve que las piedras en el camino le sirvieron para llegar a donde está hoy, y reconoce y honra su terquedad y firmeza en los colores tierra tan tradicionales de los tejidos Nasa, que son los mismo colores de la lana y el fique crudos.
Antes del 2010, la idea de formar una asociación de mujeres Nasa que vendieran sus tejidos, era revolucionaria. Mucho más, la idea de que un grupo de mujeres que había llegado a la ciudad para trabajar en casas de familia desde muy jóvenes, emprendieran para cambiar de vida. El caso de María Lucila es solo uno de tantos. Llegó a los 13 años a la casa de la señora María Luisa, quien se convertiría en su segunda mamá, y para quien ya trabajaba su hermana mayor. Se había ido del Resguardo Sath tama kiwe, en Caldono, Cauca, por la situación de violencia que atravesaba. No sabía español, no sabía lavar, planchar, ni atender a la gente. Cuando le pedían que sacara el cilantro de la nevera para hacer el almuerzo ella no entendía qué era cilantro ni qué era nevera. Le sorprendió el encierro de la vida en la ciudad porque en su campo solamente entraba a la casa en la noche, para dormir. Le sorprendió el tener que esperar a que el semáforo cambiara para poder cruzar una calle, porque en su campo el espacio se vivía libremente. Lloró por meses, y no supo cuándo, pero eventualmente, aprendió español. Se dio cuenta de que había aprendido el nuevo idioma cuando empezó a ir a las reuniones de Taller Abierto porque entendía lo que les decía doña Rosalba, una abogada y líder afro, sobre el valor de su arte, su lengua y cosmovisión. Quizá fue el ejemplo de Rosalba el que sembró en María Lucila el sueño de ser abogada. Gracias a ella vieron el tejido como una herramienta para cambiar de vida, herramienta que se tornó decisiva cuando lamentablemente dos mujeres de su territorio perdieron la vida en las casas donde trabajaban, y nadie les dio una razón.
En el 2009 llegaron al Parque Artesanal Loma de la Cruz, y a ese caminar se unieron más mujeres, al punto de que cuando se reunían sagradamente a tejer los fines de semana, sumaban alrededor de 40. Así empezaron a recuperar lo que sabían desde tan pequeñas, el tejido de la jigra que simboliza el vientre de la mujer, que es lo primero que sus madres les enseñaron a hacer —desde cortar la primera penca e hilar el fique en hilos tersos—, y que se usa para cargar el alimento que brota de la chagra. Así como a armar la versión de su telar tradicional para la ciudad, al que le agregaron una pata extra que lo hace ver como un caballete, a falta de tierra en donde clavar las dos patas sobre las que suele sostenerse. Y si de niñas solo habían recibido la instrucción de sus madres, que no les explicaban por qué debían tejer en vez de jugar, de grandes pudieron resolver sus preguntas y desentrañar el significado de todo lo que hacían.
Ese ha sido uno de los mayores intereses de María Lucila: entender y estudiar lo que hace. Por eso una parte tan importante de su práctica es volver al Cauca cada cierto tiempo para reunirse con las mayoras y aprender de ellas las técnicas y los símbolos que por tantos años las mujeres Nasa han reproducido, como el rombo, que habla de su concepción circular del tiempo, y el zig zag, que representa su camino. Como la cuetandera, mochila de cuadros que tejen exclusivamente las mayoras, pues sólo ellas conocen a profundidad su técnica. Y esa misma disposición suya para aprender, la tiene para compartir lo que sabe. Le encanta enseñar lo que significan los símbolos que su hermana teje con tanta maestría en los chumbes, y explicar cómo es su territorio. Pero le gusta aún más explicarlo allá, mostrando directamente de qué está hablando. Por eso, conocerla es una oportunidad para conocer su lugar de origen y visitarlo de su mano.
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