En el proceso de recuperarse de la guerra, los caqueteños han estado descubriendo, literalmente, su potencial turístico: lugares que antes no se podían visitar como Monte Frío, Los Patos, los Portales del Fragua y su propia vía de entrada a Caño Cristales, están ahora recibiendo a quienes quieran empaparse de su mayor riqueza, el agua. El Caquetá descansa en el piedemonte de la cordillera oriental y marca el paso de la región andina a la amazónica, lo que se traduce en los numerosos ríos cristalinos que lo atraviesan, nutriendo sus selvas y su gente. Y si el suelo está lleno de agua, el cielo está lleno de aves. Tan solo en Florencia, la capital, se han registrado 950 especies, lo que corresponde a la mitad de las especies documentadas en todo el país. En medio de guacamayas rojas, tucanes, pavas y gallitos de roca, te encontrarás con su gente resiliente y diversa, heredera de los colonos que llegaron buscando tierras o durante la época del caucho. Una muestra de la mezcla de culturas que ha alimentado el ser caqueteño son las danzas que aquí se celebran: la del Caucho en El Doncello, la danza del campesino y el Sanjuanero Caqueteño que se baila como en el Huila, cada San Pedro y San Pablo.

Como es de esperarse, los artesanos que aquí conocerás reciben mucho del agua. En sus playas se recogen las maderas que cargan, limpian y entregan los ríos a quienes con sus habilidades convertirán en piezas talladas. De sus selvas toman los bejucos que crecen alimentados por su agua, y en sus ríos encuentran los peces que atrapan con sus redes artesanales. Además, inspirados por su abundante naturaleza, tejen sus símbolos en mostacillas. A la vez que te nutres del conocimiento de estos artesanos, aliméntate de las delicias del Caquetá: sus quesos con denominación de origen (únicos por los pastizales amazónicos con se alimentan sus vacas), kumis, cuajadas, arroz con leche, un buen sancocho de gallina, platos de los pescados frescos de sus ríos, y su variedad de frutas amazónicas como el copoazú y arazá.