Nicholas estudió negocios internacionales y se imaginó una vida comercializando productos de cuero. Para hacerse a ellos viajaba al barrio El Restrepo, en Bogotá, exploraba en tiendas y curtiembres y allí veía cuál era la última moda. Cuál no sería su sorpresa cuando, metido entre cueros, terminó seducido por la marroquinería. Entendió que necesitaba un propósito que fuera más allá de lo monetario y, curiosamente, allí lo encontró. Todo fue pasando así, de manera pausada y consecuente, porque para saber cómo vender y comprar las pieles aprendió el ABC del oficio en la Escuela de Artes del Tolima y así descubrió que el trabajo manual con estas pieles le encantaba, y que lo único que quería era seguir impregnado de su olor. Y como una cosa fue llevando a la otra, terminó inscribiéndose en la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo, en la capital, cuando su mamá lo convenció y apoyó para que perfeccionara sus conocimientos y mejorara las técnicas de trabajo. Fue allí cuando supo que lo quería, verdaderamente, era volverse artesano. Los acabados a mano y las costuras, esas que requieren de mayor firmeza, son las que más le gustan y confiesa que dominar las cuchillas le costó mucho, mucho.

Le gusta estar a la moda y para eso sigue a numerosos artesanos alrededor del mundo a través de sus redes sociales. Le interesan más los pequeños talleres de marroquinería, y menos las grandes marcas que ya están copadas por empresas no solo millonarias sino de inmensa tradición. Sin embargo, se sabe enamorado de un estilo como el realizado por Loewe. Su meta es lograr ser un artesano al que le compren sus patrones y así, volverse un ícono de otros como él desplegados en el mundo virtual. Su marca, un ciervo o caribú, busca mostrar un alma andariega, capaz de viajar largas distancias. Así se siente pleno.

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