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Addo Possu

Taller: Fundación Katanga
Oficio: Instrumentos musicales
Ruta: Ruta Valle del Cauca
Ubicación: Cali, Valle del Cauca


Hay que imaginar al maestro Addo Possu cuando era un niño, mirando al grupo Cauca Grande, que ensayaba en un salón frente a su casa en Puerto Tejada, Cauca, desde el portón, embelesado por los sonidos de su música folclórica y deseoso de participar. Hay que imaginarlo entrando después de que terminaran los ensayos, entre los faldones de las bailarinas, ofreciéndose para ayudar a acomodar los instrumentos, y de vez en cuando, estirando la mano para tocar un tambor. Si ensayaban todos los días, él quería estar ahí oyéndolos todos los días. Le intrigaba saber por qué las cosas sonaban así. Cómo era que los hacían. Su amor por la música tomó la forma, entonces, del amor por la construcción de instrumentos. Si bien sabe cómo sonar lo que construye, y cada vez que oye un currulao no puede evitar ponerse a bailar, nunca quiso ser músico ni bailarín, sino entender las materias primas, los procesos, los secados de la madera y los acabados. Ese pensar en cómo un pedazo de palma, de palo o de caña se transforma en un instrumento, lo transformó a él mismo. Por eso recuerda tan claramente su primer tambor, el tomar consciencia de que lo había hecho él solo y salir corriendo a mostrarle a su mamá, feliz, el cununo que pintó del verde de la naturaleza que tanto ama, orgulloso de haber descifrado cómo romper un tronco y darle forma con su propia fuerza, a punta de machete. De ahí en adelante solo aprendería más y más bajo el ala de sus maestros Adriano Granja, de Timbiquí, y José Antonio Torres.

De ese primer tambor ya pasaron muchos años, pero él siente que fue ayer. Dice que uno vino al mundo a servir, no a que lo sirvan, y con esa misma convicción afirma que lleva cuarenta y tres años dedicado a su oficio y a enseñar lo que sabe, con sus días y sus noches, sus sábados y domingos. Poco a poco, su proyecto tomó su forma actual, la de la Fundación Katanga, desde la que conservan y difunden el conocimiento de construcción de instrumentos tradicionales del Pacífico, y fabrican también instrumentos del Atlántico y la zona andina. Además, llevan más de treinta años trabajando con una comunidad de la zona rural de Buenaventura, en la desembocadura del río Dagua, con quienes plantan en su Bosque Sonoro las maderas usadas tradicionalmente, pero también investigan sobre nuevos materiales, sobre el uso novedoso del aliso y el aguacatillo con el fin de aprovechar al máximo lo que se tiene cerca y así no internarse en el monte, cuidando su seguridad.

La construcción, ese oficio que lo hace tan feliz, está tan integrado con su propia vida que le ha servido de lente para ver el mundo. Se le aparece en todas partes, sobre todo, en la cocina, de la que también habla con propiedad y cariño. Para Addo Possu es muy parecido el preparar una comida con amor —así sea solo con un pedacito de cebolla, un ajo machacado y un poco de sal—, probando y dándole la sazón, a hacer un instrumento: subiendo, bajando, dándole la tensión precisa, como se le da el sabor a las comidas, para que suene bonito. En otros casos, la metáfora es clarísima, porque usa los sobrantes de la palma y la madera de luna para alimentar el fogón, maderas que, antes de convertirlas en tambores, ha recogido del monte al tiempo que cosecha los ingredientes de su cocina, la papa china, las hojas de bijao y el pepepan. Lo mismo con los tatabros, marranitos de monte que suelen alimentarse de las mismas plantas y raíces que él cosecha, cuya carne se ahuma y cuya piel servía de membrana para el tambor. Y cuando uno está cocinando, de las mejores cosas que se pueden hacer mientras se espera, es tocar música, distraerse con el ritmo mientras siente los aromas brotando. Y quizá ese almuerzo al fogón, ese exquisito tapado de pescado, al final esté acompañado por un chontaduro amarillo, el más sequito y mantecoso, cuya palma tiene una madera que sirve para hacer las teclas de marimba del sonido más claro y nítido.

La música, que tanto tiene que ver con el alimento en la vida de este maestro amable, le ha servido también para romper las barreras del idioma. Así ha sido cuando recibe visitantes que no hablan español en su fundación, con quienes se comunica a través del tambor, y así fue en los ochenta, cuando se fue de gira con una escuela folclórica por varios países de Europa y no necesitó de otro idioma para conectar con gente en Francia, Suiza y Alemania. Ese mismo amor, que transmiten a niños aprendices de música y de construcción de instrumentos en la Fundación, fue con el que crecieron sus tres hijos, involucrados desde siempre con los procesos del proyecto, pues se criaron rodeados de palmas y palos, entre caminatas al monte y trabajos en el taller.

Artesanos de la ruta

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