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Argemiro Corrales

Taller: Artesanías Rosa María
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Sucre
Ubicación: Morroa, Sucre


De siete hombres, Argemiro Corrales D’Luis fue el único hermano que se dedicó a tejer hamacas. A sus ochenta años, es el último portador de esta herencia materna que venía de las abuelas de sus abuelas. Argemiro no fue padre y sus sobrinos, que son como sus hijos, se han dedicado a otros oficios. Entre ellos está Tulio Corrales, hijo de su hermano, quien conoce la historia de su tío y de su trabajo con los tintes naturales aunque no se haya dedicado a la artesanía.

En Morroa era común que los niños aprendieran a tejer zunchos o fajas en telares pequeños. Estas son las correas de las mochilas que, según cuentan, se usaban como moneda y se podían intercambiar por víveres en las tiendas del pueblo. Lo que no era tan común, en cambio, era que los hombres usaran los telares grandes e hicieran hamacas. Se tenía la creencia de que si un hombre tejía hamacas era homosexual y por lo tanto este era un trabajo que solo hacían las mujeres. Pero Argemiro decidió aprender en un tiempo en que los hombres no tejían. Trabajaba como vigilante y estaba pasando por una situación económica desfavorable cuando se dio cuenta de que con la artesanía podía hacerse un lugar y sostenerse. Así mismo, otros hombres que llegaron a Morroa desplazados por la guerra a comienzos del 2000, empezaron a tejer hamacas como medio de sustento y se derribó el tabú. Hoy en día muchos de los tejedores en Morroa son hombres.

Hace no más de diez años Argemiro se capacitó en el uso de tintes naturales, con lo que le dio un carácter distintivo a sus hamacas. Hay quienes creen que la tela está decolorada o envejecida cuando ven el algodón teñido naturalmente, sin saber que la particularidad de los colores obtenidos de las plantas es su saturación menor a la de las anilinas. Su proceso, además, es más largo y varía según la hoja, tallo o semilla que se use.

Está la bija, un bejuco del que se recogen las hojas caídas que al secarse pasan de verde a rojo, y que entre más secas estén, mejor tinturan. Se cree que la fase de la luna más conveniente para tinturar con bija es menguante, pues el color queda más intenso, más rosado. También está la singamochila, planta herbácea cuyas hojas y tallos dan verde y que Argemiro tiene sembrada en macetas en su patio. La batatilla, de la que se usa el tubérculo, da anaranjado o amarillo. El aserrín del mora, que es un árbol maderable, también tintura de amarillo. Y las semillas de dividivi, que se muelen y se vuelven harina para ser usadas, dan tonos café. El proceso es casi el mismo para teñir el algodón con la variedad de plantas que usa Argemiro. Varían los tiempos y cantidad de inmersiones, pero con todas se prepara una poción en agua hirviendo en la que se sumergen los hilos para que tomen el color. Después se lavan con agua limpia y se dejan secar a la sombra.

Lo que sigue es tejer la hamaca. Se devana el hilo tinturado —se hace bola— se montan los 1,100 hilos en el telar vertical, y se va tejiendo y paleteando hasta que se alcanza el largo necesario. Argemiro calcula que el hilo tejido en una hamaca tiene cinco kilómetros; recorrerlos le toma una semana, sin moverse de su taller. Trabaja solo en su casa y está vinculado con diez tejedores más, que, como todos en Morroa, también tienen sus telares en sus propias casas. Juntos producen las hamacas que Argemiro ha mostrado en Expoartesanías, en Bogotá, desde el 2009, y que llevan el nombre de su madre y su abuela, Rosa María, un recordatorio de la tradición que han mantenido viva sus manos.

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