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Cenaida Pana

Taller: Kanaspii
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Riohacha - Nazareth
Ubicación: Uribia, La Guajira


Cenaida es una mujer agradecida y le entrega a Dios la buena fortuna que puedan traerle los arijunas, es decir todos nosotros los blancos o no indígenas, al territorio guajiro. Para ello, nos entrega una oración: “Oh, Padre Dios, te damos gracias. También ponemos en tus manos este proyecto que nos va a favorecer mucho, a muchas familias. También vamos a entregar nuestra experiencia, nuestra riqueza moral, espiritual, cultural, y, además del tejido, van a saber todo lo de la esencia de nuestra cultura”. Es difícil no sentirse conmovido por su lindura y generosidad al contarnos su historia.

A ella la definen sus cuatro viejas, como las llama. Eran sus cuatro tías, las hermanas de su mamá que le ayudaban con el cuidado de sus hijas, ella entre todas, porque fue la que más tuvo. Cenaida se sentaba a mirarlas tejer, admirada, y quería ella misma aprender, pero ellas la detenían y le decían, con esa sabiduría que solo tienen los que han vivido tanto, que fuera más lento, que no corriera tanto porque se le iban a enredar los hilos y que, con tanto enredo, iba a enredar la vida. Y, así, le enseñaron de lentitud, a ir despacio, porque si se tropezaba por el afán, ¿cómo iba a aprenderse los dibujos o kaanás tradicionales de su cultura? Lo decían las viejas, además, porque antes, en los tiempos pretéritos de un pueblo puramente oral, todo se aprendía de memoria, así que, más valía hacerlo todo con calma pues el olvido podía llegar a ser definitivo.

Y así, fue convirtiéndose en la maestra que es hoy. Pasando por lecciones y lecciones de vida que se le quedaron grabadas, como la que recuerda en su encierro cuando la guindaron arriba en un chinchorro muy alto para que le dieran náuseas y pudiera vomitar las travesuras de la niñez pues, al haberse convertido en una mujer adulta, ya no eran tiempos para jugar. Además, la prevenían sobre su elección de marido, pues al casarse también lo hacía con la familia y si se equivocaba, afectaba a todo su núcleo. De igual forma, si daba un mal paso, todas sus hermanas lo harían también. Toda una responsabilidad compartida que supo llevar con cautela y seguridad.

En sus años de aprendiz de tejedora le explicaron que el tejido era cosa seria y, por eso, si llegaban visitantes debía guardar lo que estaba haciendo. “Porque tu sabiduría y los kaanás, se van, huyen, se los llevan las personas y entonces quedas vacía, no te queda nada, como si estuvieras entregando todo lo que es sagrado”, le dijeron sus maestras. Le insistían que, al estar aprendiendo, no podía simplemente soltar su conocimiento. Luego, les aprendió el croché a las hermanas terciarias capuchinas en el internado de Uribia.

Pero su verdadera maestra, como para todas las mujeres wayuu, fue la araña, Wale´kerü. Cuenta Cenaida que cuando iban por los caminos a llevar a los chivos o a los ovejos a pastar, en los árboles y ramas de los árboles veían las telarañas con sus tejidos magníficos. Ese fue su primer contacto con el hondo pensamiento wayuu. Eso le permitió entender, de la mano de sus guías, que la naturaleza del día a día era el que se plasmaba en la mochila, el que contaba sus historias sencillas. Esas en donde se plasman las cabezas de las moscas, la vulva del burro, el caparazón del morrocoy o las huellas en la arena del caballo maniado.

Hoy, este saber lo lleva con alegría y orgullo Jarara, la hija treintañera de Cenaida. Sabe que lleva un legado potente y así lo carga. Con Kanaspi, su fundación, se saben embajadoras de su tierra y harán lo necesario porque la tradición de su familia se preserve. Y todo indica, felizmente, que así será.

Artesanos de la ruta

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