Workshop: "Hajsú etnomoda La Casa de la Guanga"
Craft: Tejeduría
Trail: Ipiales - Tumaco Route
Location: Carlosama, Nariño
Escuchar a Flor hablar es revitalizante. Su amabilidad y don de palabra nos muestran que, por más dolorosa que sea una historia, siempre se puede encontrar en ella la belleza. Esta artesana creció viendo a su madre tejer y ayudándole con el tizado de la lana en la vereda de Macas, en Cuaspud Carlosama. Le heredó el rigor y la pulcritud en el trabajo a su maestra, que no dejaba que se desperdiciara ni una hebra de lana cuando un pedacito se caía al piso y cuyas piezas tejidas eran tan pulidas como la nieve de los volcanes nevados. Pero a esa misma vereda en la que creció junto a las ovejas, llegó un grupo de delincuentes sanguinarios y el paisaje cambió. Los ataúdes desfilaban por la calle frente a su casa cada ocho días y su familia tuvo que irse. Montaron hasta a los perritos al camión y huyeron en busca de posada.
Flor creció en un contexto en el que se consideraba que las mujeres solo servían para tener hijos, cocinar y tejer. Sus labores eran profundamente menospreciadas y dadas por sentado. Por eso, cuando llegaron a Cumbal huyendo de la muerte, ella vio una oportunidad para romper con esas creencias absurdas. Entró al colegio nocturno y, por sus buenas notas, se mantuvo a punta de becas hasta completar el grado 11. Descubrió que podía apoyarse en su inteligencia, y esto rindió frutos, pues el rector del colegio la premió con una beca para estudiar Diseño de Modas en la Autónoma de Nariño.
Sus primeros pasos como diseñadora los había dado de niña cuando, después de ver su habilidad para hacerles vestidos a sus muñecas, su madre la animó a que tomara clases de confección con una vecina. Ya sabía usar la máquina de coser cuando entró a estudiar y, durante sus prácticas, se sintetizó en ella un sueño: usar sus nuevos conocimientos para innovar en los tejidos tradicionales de su región.
Ni la violencia, ni el poco valor que se le daba a la mujer lograron doblegar a Flor. Por el contrario, la fortalecieron. Le inyectaron el espíritu de guerrera con el que empezó y ha mantenido en pie su proyecto. Volvió a Cuaspud con el sueño de dignificar la labor de su madre, de su hermana, de sus vecinas, y se puso a la tarea de buscar a las mujeres del territorio, casa por casa, al sol y al agua. Con el apoyo de su madre, buscó la sabiduría de estas mujeres y, a cambio, les ofreció la oportunidad de enaltecer la labor que por tantos años habían ejercido con tanta naturalidad como se respira. Al principio, se asustaban, pues decían que solo sabían hacer ruanas rústicas, pero Flor supo llegarles al corazón, las motivó y les dio una nueva oportunidad, distinta a trabajar de jornaleras para suplir las necesidades del hogar.
Todavía se le revuelve el corazón al recordar cómo el tejido era dado por sentado. Hoy sabe que después de tanto esfuerzo y constancia, ha hecho un cambio: darle un nuevo lugar al tejido en compañía de las más de 25 personas que hacen parte de Hajsu, su marca, que quiere decir vestuario indígena en la lengua de los Pastos Kichua, su comunidad. Utilizando la guanga, el telar tradicional del sureste del país, y la fuerza de sus manos, hacen piezas que enaltecen los símbolos y técnicas andinas. Usan el sixe, su propio huso, el aspador y la china para procesar sus lanas, y las combinan con algodones, poliéster, y seda de capullo de gusano para tejer piezas en las que representan la simbología que los identifica, como el sol de los pastos, la espiral cósmica y la perdiz.
El de Flor ha sido un camino largo. Sabe que con cada obstáculo que se le atraviesa vienen también cosas bonitas, triunfos y alegrías, entre ellas, su nominación a mujer Cafam 2024. Ella ve la nominación como un tributo a su esfuerzo y constancia, las dos potencias que la han llevado a empoderar a tantas otras mujeres tejedoras.
No puede copiar contenido de esta página