Taller: Fundaproductividad
Oficio: Bisutería
Ruta: Ruta Valle del Cauca
Ubicación: Buenaventura, Valle del Cauca
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Más de veinticinco años lleva Fundaproductividad haciendo su trabajo admirable, siendo un ejemplo de lo que logra la voluntad de las mujeres. Todo empezó con una Sandra Garcés, madre cabeza de familia, en estado de embarazo y recién despedida de su trabajo, que se dio cuenta de que a través de la transformación de los materiales podía transformar su vida y la de sus amigas y vecinas. Había empezado a hacer pequeñas piezas reutilizando cartón y a venderlas cuando le enseñó a otra mujer por primera vez: su vecina, a quien el marido le había pegado y sentía que no podía irse de su lado porque no tenía la plata para mantenerse a ella ni a sus hijos. Estaba con él por no tener independencia económica, y eso fue lo que Sandra le ofreció, una opción.
La voz se regó rápidamente, llegaron más mujeres a aprender y también a enseñar. Las amigas enfermeras enseñaban de enfermería y las que sabían de artesanías, enseñaban el oficio. Se reunían en la casa de Sandra, en el barrio Barrio San Luis, y si una decía que no podía asistir porque no tenía con quién dejar los hijos, le respondían que los llevara, que allá los ponían a cortar cartón, y hasta le pusieron nombre a su programa para los niños: Los amigos de Jesús. Las aprendices luego se convirtieron en instructoras y empezaron a visitar otros barrios, y el grupo consiguió que la administración distrital les cediera un espacio para tener su propia sede en Pueblo Nuevo, donde enseñaban y también vendían lo que hacían. Para muchas, el espacio se tornó terapéutico. Entre mujeres se daban cuenta de que sí eran capaces de aprender algo, de encontrar su propia fuente de ingresos y de salir de lugares de maltrato. Y como todo nació con la misión de darle una opción de vida a las mujeres que vivían en contextos difíciles, tuvo sentido que el grupo empezara a manifestarse en contra de los feminicidios que sucedían en la ciudad, y que después estuvieran involucradas en la creación de la política pública de equidad de género en Buenaventura. Se educaban en cómo manejar sus recursos y en cómo defenderse a partir de la Ley 1257 de 2008. Para un problema en el que se unen el machismo, la violencia y la inequidad económica, ellas encontraron una solución hecha de generosidad entre mujeres, voluntad y artesanías.
Sandra es socióloga pero prefiere decir que es artesana, y prefiere hablar en plural, incluyendo siempre a sus compañeras. Cree que la vocación se la aprendió a su abuela, María Antonia Finisterra, que era la abuela de todo el barrio, la que andaba pendiente de todos los niños. Y a su madre, Gabriela Finisterra, siempre al cuidado de otros. Recuerda que aunque faltara la plata, si había que ir de falda al colegio se las ingeniaban y hacían la falda, y si era de princesa también. Lo mismo con las agujas para tejer, que sacaron de los palitos de guadua de la cometa de su hermano. Quizá fue a ellas a quienes les heredó también su don, el de la escucha. Sabe que lo primero que hay que hacer para que una persona se sienta valiosa, es escucharla, y busca constantemente la medida precisa entre dulzura y firmeza. Y quizá fueron ellas también quienes le inculcaron los principios sobre igualdad, el saber que todos tenemos los mismo derechos, empezando por el derecho a la vida, el mismo valor en nuestras palabras, y las mismas capacidades.
Aunque el camino no haya sido fácil, y a pesar de que en cierto momento les haya tocado bajarle el volumen a sus protestas para protegerse, nos invitan a que pensemos en lo que sí hay, en lo que sí se puede hacer. A que dejemos de hablar solo de violencia y terror y nos fijemos, más bien, en todas las ganancias, en las cosas positivas que son las que pueden sacar a la gente de esos entornos de violencia. Por ejemplo, los 101 espacios que tienen en el centro comercial Bellavista, en todo el centro de Buenaventura, donde las emprendedoras de la Fundación, y el par de hombres que se les han unido, venden todo lo que hacen. Es un grupo diverso, del que hacen parte la comunidad afro con sus marimbas, canastos de ojo y accesorios en coco y chonta, y comunidades indígenas, como la Wounaan con sus contenedores en wérregue, y la Emberá con sus intrincados tejidos en chaquiras. Han crecido tanto que ofrecen, además, comida y bebidas típicas en el mismo centro comercial, como las preparaciones de viche: la tomaseca, arrechón y pipilongo, y que no falten las cocadas.
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