Taller: Artesanías Renacer
Oficio: Cestaría y tejeduría
Ruta: Ruta Valle del Cauca
Ubicación: Buenaventura, Valle del Cauca
El 20 de febrero del 2017, José Nilson Chamarra, su esposa Doralia Chirimía y sus cinco hijos llegaron a Buenaventura, desplazados por la violencia. Venían del litoral del río San Juan, del resguardo Chagpien Tordó, en el Chocó, en donde crece la palma de wérregue. Esta es una palma parecida a la del chontaduro, está llena de largas espinas, y los ancestros wounaan de José Nilson usaban su madera en la construcción de casas. Hace mucho tiempo, una sabia wounaan sacó por primera vez fibras de la mecha del wérregue y las usó para tejer canastos, bandejas y jarrones. Ella supo, o aprendió, que debía cortar la mecha antes de que abriera, pelarla y sacarle tiras de fibras. Aprendió también a lavarlas con jabón y dejarlas al sol para que se les fuera el verde y quedaran bien blanquitas, y que si quería que fueran rojas debía machacar las hojas de la puschicama y cocinarla con las fibras, y que si las quería negras, después de cocinarlas con puschicama debía enterrarlas en el barro.
La sabia wounaan enseñó lo que sabía a su descendencia y pasó mucho tiempo antes de que ese conocimiento llegara a la familia de José Nilson, por vía de su esposa Doralia, que lo aprendió de su hermana. Ya se habían mudado a Buenaventura cuando Doralia fue a pasar una temporada con su hermana en Cali y la vio tejiendo aretes en wérregue. A pesar de que ganaba muy poco, pues el par se vendía en apenas diez mil pesos, Doralia decidió que haría aretes y se los mandaría a su hermana para que los vendiera. La empujó la necesidad.
En ese entonces José Nilson era el líder de un grupo de familias desplazadas, 268 personas que vivían en un albergue. Todos sus esfuerzos los concentraba en buscar ayuda de organizaciones que les dieran no solo comida sino trabajo, para poder sostenerse. Entonces le nació la idea de conformar un grupo de artesanos, retomar el conocimiento que tenían abandonado, casi perdido. Con el objetivo de fortalecer su trabajo y multiplicarlo, consiguió el apoyo de una organización que les dio el material. Empezó con 35 mujeres y al grupo le llamó Artesanía Renacer, porque era lo que estaban haciendo, renaciendo en esta nueva ciudad. A pesar de haberse tenido que ir, su tierra los encontró por medio del wérregue, el preciado material que no se da en Buenaventura. Por esto, buscando cómo hacer rendir los hilos de wérregue, dieron con la bisutería, para la que se usa menos fibra que para hacer un jarrón.
En el 2019 mandaron por primera vez su trabajo a Expoartesanías. José Nilson había escogido personalmente los aretes y manillas que mandaría, lo más bonito. No escogió los jarrones porque no estaban buenos, y sabía que la calidad importaba. Pero resulta que cuando llamó a preguntar cómo iban las ventas de sus productos en la feria, quienes los recibieron le dijeron que estaban mal terminados y no se habían vendido. Hoy, cuando lo recuerda, cae en la cuenta de que sí, los aretes y manillas estaban feos.
Después de este golpe de realidad se pusieron en contacto con la diseñadora de Artesanías de Colombia y el grupo se comprometió a mejorar sus piezas. Entendieron que no podían usar el mismo hilo grueso de los jarrones, sino que debían cortarlo más delgado. También aprendieron la importancia de los acabados, de que todo quedara simétrico y parejo. Hasta ese momento, José Nilson se había dedicado a coordinar y dirigir el proyecto, pero se decidió a aprender. Con su hijo mayor, Aldo Chamarra, desbarataron y analizaron un brazalete de wérregue. En el centro llevaba un aro de pvc y alrededor la fibra tejida. Se propusieron perfeccionarlo y entre todos los integrantes del grupo se impulsaban a hacer las cosas cada vez mejor. José Nilson dice que esto es así: uno va aprendiendo, otro va enseñando.
Para el 2021, después de trabajar duro incluso en la pandemia, y de enfrentar la frustración de no tener a quién venderle sus productos, pudieron por fin volver a llevarlos a Expoartesanías. El cambio fue tremendo: después de más de un año perfeccionando su trabajo, habían logrado la calidad que anhelaban. Sus manillas, aretes y brazaletes destacaron y José Nilson, que fue solo a la feria, invitado por una organización que apoya a familias desplazadas, lo vendió casi todo. Hoy no paran de aprender, capacitarse en manejo de redes y diseño de producto. Saben que deben seguir innovando, moviéndose y ejercitando la cabeza para así seguir multiplicando su trabajo. Lo aprendieron con esfuerzo y lo siguen aplicando, multiplicando, con un profundo amor a su trabajo artesanal.
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