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Juan Manuel Linares

Taller: Juan Palos Arte y Madera
Oficio: Madera
Ruta: Ruta Honda-Líbano
Ubicación: Honda, Tolima


A Juan Manuel, mejor conocido como Juan Palos, le encantan los retos, quemarse la cabeza resolviendo un problema. Entre más difícil, mejor, porque el punto está en esforzarse, investigar y dar con la solución. Cuando empezó con lo de las bicicletas en madera, no fueron pocas las desveladas sacando medidas e imaginando, cenando pan con salchichón y coca-cola sin soltar el lápiz con el que tomaba nota y hacía cálculos. Los primeros ensayos los hizo con unos palos de teca que le regaló un amigo, y con la ayuda incondicional de su padre José Miguel, y su compañera Alma, que muy rápidamente se unieron a la idea y se dejaron contagiar de su locura.

Su amor por la madera se había hecho un espacio en su corazón desde muy pequeño. Todo había empezado con los juguetes que le fabricaba su padre, carritos en madera que a diferencia de los de lata de sus amigos, se podían reparar. Y eso hacía él mismo Juan: se montaba en el banco para medir y reemplazar la pieza rota por algún palito que recogía en el taller del padre, disfrazado de carpintero, con el lápiz detrás de la oreja y el metro —que le robaba a los trabajadores— colgado de la pretina de la pantaloneta. Qué mejor manera de aprender que reparando sus propios juguetes.

Aprendió las bases bajo la instrucción de su padre, quien había comenzado tallando la madera navegada que bajaba por el río Magdalena hasta su pueblo natal, Mendez, en el Tolima. Había hecho sus primeros carritos con los palos que le servían, y recipientes con totumas, y luego, cuando se mudó a Purificación, se había empleado en un taller de ataúdes. Más tarde llegaría a Honda para trabajar como el carpintero de una arrocera, haciendo el mantenimiento de todas las estructuras de madera, las tolvas y los escritorios, y montaría, poco a poco, el taller al que retornaría su hijo, ya adulto, para trabajar en sociedad con su padre.

La vida había llevado a Juan Manuel a estudiar en Manizales, y a trabajar en ventas y en un taller de metalmecánica, moviéndose entre Armenia, Bogotá e Ibagué. Hasta que un día se dio cuenta de que podía emprender en lugar de emplearse, y de que ya lo tenía todo en su padre: el taller con herramientas, el espacio, y lo más importante, el conocimiento de quien llevaba toda una vida trabajando con madera. Así, se volvería aún más evidente que además de familia, eran amigos y socios. Decidieron mudarse con su compañera a Honda y empezar a trabajar por la idea que Juan Manuel había tenido y que, curiosamente, se le reveló como una señal del buen camino cuando le regalaron una revista de diseño y, en la página 17, se encontró con ese invento loco que parecía imposible, una bicicleta en madera.

Lo que siguió fue encontrar el material idóneo. Pasar por el cedro, el nogal, la solera, y el guayacán hasta volver a la de los primeros ensayos, la teca que, a diferencia de muchas otras, se vuelve más resistente conforme pasa el tiempo y pierde humedad. Además de que se pone hermosa con el sol y con el agua, soporta el trajín por su fibra larga y no se le pega el gorgojo ni le afecta la humedad, porque produce su propia resina y silica. Después llegó la fase de ensamblar, inventarse cada pieza y mandar a hacer cada aplique, y de encontrar cómo pasar del freno coster a los frenos de disco, y de las últimas locuras: ponerles cambios a las bicicletas y, en un futuro, meterles un motor para volverlas eléctricas. El mismo Juan es quien las prueba, evaluando la altura del manillar, la comodidad del asiento, y cada detalle que solo se conoce con el propio cuerpo. Trabajan sin afán, dedicándole a cada paso su tiempo, porque las adaptaciones merecen paciencia. Como cuando se sube una pendiente en cicla, es mejor el paso lento y constante que el cansancio prematuro.

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