Taller: Uikhimju (pensamiento de mujeres)
Oficio: Cestería
Ruta: Ruta Valle del Cauca
Ubicación: Buenaventura, Valle del Cauca
Un día una señora se fue pal’ monte y se encontró con una bruja que estaba sacando palitos de una mata. La señora le preguntó cómo se llamaba esa mata y la bruja le dijo que para los indígenas se llamaba nemkha, en lengua nonam, y para los demás, los que hablaban castellano, se llamaba chocolatillo. La bruja había usado las fibras del chocolatillo para hacer una cuna para poner a dormir a su hijo y le enseñó a la señora su tejido, el mismo de los canastos ojón. Es por eso que aún hoy, cuando alguien lleva un canasto ojón al monte, este se pierde. Se los lleva la bruja, o tunda.
Para cuando Juliana Quiró despertó, en el litoral del río San Juan, en el Chocó, ya su familia de la etnia Wounaan hacía canastos para vender. Creció entre las historias de la bruja del canasto ojón y viendo a su madre, Egidia Chocho, y a su tía abuela, Vasilita Ismare, tejiendo los canastos que por mucho tiempo han usado en su pueblo para guardar ropa, platos, alimento y semillas. Su primera lección la recibió a las ocho años cuando su madre le enseñó a hacer el tejido de ojo. Después aprendió a hacer los canastos aguaneco, terlenque y el más difícil, la petaca. Estos, con los que se gradúa una aprendiz de tejedora, son grandes, tienen tapa y dibujos, y eran usados para guardar cobijas y ropa nueva. Pero la costumbre se ha perdido, ahora todos compran los armarios plásticos que venden en el pueblo.
Juliana vive a una hora de Buenaventura, loma arriba, en el corregimiento de Córdoba. Llegó aquí con su familia después de vivir diez años en Buenaventura, a donde se mudó en el 2004, desplazada del San Juan por la violencia. En esos diez años no tejió un solo canasto, pero desde que está en el cabildo indígena de Córdoba, sentada en su terreno con sus 4 hijos y su esposo, ha vuelto a tejer. El chocolatillo es una planta herbácea de cuyos tallos se sacan palitos o pajas. Juliana busca los matorrales de chocolatillo en el bajillo, donde sus familiares de mar, pues en las tierras más altas donde ella vive no se encuentra. Va hasta la mar o a la comunidad de los indígenas afro que le venden la fibra. Ella corta o recibe los palitos, delgaditos, los desvena y los tintura. Si los quiere blancos, los raspa y cocina en agua para que suelten lo verde y queden bien blanqueados. Si los quiere negros, los entierra cinco días en barro. Y si los quiere rojos, los cocina con hojas de puschama, los lava y los seca al sol.
Con el chocolatillo se tejen canastos firmes. Es una fibra rígida que se quiebra al doblarse. La palma tetera, en cambio, es blanda y aguanta el trote: se puede mandar doblada a otros lugares y no se romperá. Pero la tetera es muy difícil de conseguir en las selvas del Valle del Cauca. Si se la quiere usar, hay que sembrarla. Crece como el chocolatillo pero de cada mata se corta un solo palito, pues no todos dan fibra. Además, su preparación es más larga y detallada, haya que rasparla y lavarla varias veces. Por eso aquí se usa, más que todo, el chocolatillo. En el grupo Uikhimju, del que Juliana hace parte, hay siete mujeres y cuatro hombres. Su nombre significa pensamiento de mujer, y desde el 2015 sus integrantes se asociaron para hacer collares en mostacillas y canastos en werregue, chocolatillo y palma tetera.
Si Juliana teje, es por los dibujos. Le fascina estar haciendo canastos, mirar a los demás tejiendo y aprender nuevos dibujos. Entre los dibujos de tradición están las mariposas, el anzuelo, el mono, la cruz, la escalera, y los árboles de monte como el yame, cuyas pepas siembran en el barro. Su favorito es el ojo de camarón: un diseño lleno de círculos pequeños como los ojos del propio camarón que, si teje combinando el blanco y negro, y mira su canasto de noche, se le parece al alumbrar del cocuyo de su montaña, en la que llegó para vivir tranquila y dedicarse al oficio que aprendio de niña.
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