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Maraguay

Taller: Maraguay
Oficio: Trabajo en frutos secos
Ruta: Ruta Honda-Líbano
Ubicación: Armero Guayabal, Tolima


Cuando estas cuatro amigas se reúnen para trabajar pierden la noción del tiempo. Rosaneth, María Antonia, Miralba y María Elena se sumergen tanto en la labor, que se les hace de noche inventándose nuevas piezas en totumo. Es común que no miren el celular sino hasta cuando ya se ha hecho de noche, y que encuentren mensajes de sus familiares preguntándoles si es que no van a volver a la casa, porque claro, no oyen ni las llamadas entre el sonido del taladro y la concentración. Se reúnen en la casa de Miralba después de las dos de la tarde, cuando han terminado los quehaceres del hogar, y toman limonada con hielo para acompañar el calor. O jugos de las guayabas que le dan el nombre a su municipio, Armero Guayabal, por tantos árboles que había y que disminuyeron después de la tragedia de Armero, cuando hubo que talar muchos de ellos para construir nuevas casas en su lugar y así reubicar el pueblo que quedó sepultado por el lodo cenizo.

Eso hace la amistad. Te saca del tiempo y te alivia. Y parte del alivio que han encontrado estas cuatro amigas está en la carcajada, que las ha salvado de la enfermedad y de las desventuras, como bien lo han comprobado. La risa fue el primer indicio de cura para María Elena cuando los médicos le dijeron que nunca volvería a hablar después de una operación de cuello mal practicada por un cirujano que casi la deja sin lengua. Como ella dice, lo importante era recuperar la risa, la capacidad de ponerle buena actitud a la enfermedad para ayudar al cuerpo a sanar. Y la risa acompaña el relato sobre la vez en que Rosaneth le cortó sin querer un dedo a María Antonia, cuando se le fue la copa sierra mientras María Antonia le sostenía el totumo que estaba cortando. Se ríen porque ella no sintió nada mientras las otras corrían para llevarla al Líbano, donde le trataron el tendón herido.

Estas amigas jocosas y confianzudas son capaces de expresar su amor haciendo chistes, riéndose de los ires y venires de los maridos, de los accidentes y la familia, en esa forma del amor que invita a ver siempre el lado bueno de las cosas. Y además de compartir la risa como remedio, comparten recetas. Para la artritis que primero aquejó a Miralba y después a Rosaneth, con la que han aprendido a convivir y que las ha unido, pues entienden perfectamente el dolor que la otra siente. O recetas de los pocos platos que les aprendieron a sus madres, y que les hacen pensar en las nuevas generaciones que no se interesan en aprender del trabajo en totumo así como ellas no se interesaron en aprender a cocinar los bizcochuelos de manteca, de cuajada, las arepas de mute ni los envueltos que se comían en sus casas, cuando aún se usaban los cucharones de totumo en la alberca y para tomar la sopa y el guarapo. Han visto cómo, aunque a muchos jóvenes les gusten sus piezas y digan que quieren aprender, se desaniman cuando ven todo el trabajo que requiere: treparse como ellas lo hacen a los palos para recolectarlos, limpiar su material, cortarlo, lijarlo y pintarlo.

Se conocieron hacia el 2015, cuando empezaron a encontrarse en los cursos y capacitaciones sobre artesanías que tomaban. Unas habían trabajado ya con amero de maíz y con guadua, pero fue el totumo, ese material que abunda en su región y que es tan versátil, el que las unió. Así que su amistad nació por el amor compartido por la artesanía, y las ganas de aprender. Empezaron a asistir a todo juntas, como las llaves de un llavero, y seguirán haciéndolo hasta hoy en día. Y si acaso una no puede asistir a algún curso, las demás después le explican. Así hacen sus lámparas, contenedores, pebeteros, y sus exuberantes réplicas de frutas, mangostinos, papayas, mamey, mandarinas, lulos, naranjas, granadillas, peras y zapotes, que hablan sobre la abundancia de las tierras del Tolima.

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