Taller: Artesania Wounaan Den
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Valle del Cauca
Ubicación: Cali, Valle del Cauca
Imaginen llegar a una ciudad después de haber vivido toda la vida en un resguardo a las orillas del Río San Juan, y no saber el idioma de este nuevo lugar. No poder decir «trabajo», acaso la palabra más importante en ese momento para alguien que necesita empezar a ganar dinero para mantenerse a sí misma y a sus hijos. Miguelia recuerda perfectamente esos primeros días en la terminal de transportes de Cali, en 2014. El nudo en la lengua que intentaba comunicarse pero no lo lograba, y las caras de desconcierto de las personas que no le entendían. La risa que le salía en lugar de palabras cada vez que alguien le hablaba y ella intentaba responderle. La angustia por no saber en quién confiar y en quién no, ni cómo moverse en la ciudad, ni en qué momento sacar los jarrones tejidos en wérregue que traía en la maleta para ofrecerlos, ni a cuánto venderlos. En últimas, Miguelia no había llegado a Cali porque quisiera, porque nadie quiere salir de su tierra, sino forzada por el desplazamiento.
Sus jarrones, que eran lo único que tenía en ese momento, hoy lo sabe, eran su poder. El poder que le había entregado su tía, Urbina Ismare, desde los doce años, cuando la adoptó y se la llevó a la comunidad de Burujón tras la muerte de sus padres. Aunque de niña no lo entendiera y pensara que su tía la ponía a hacer tantos mandados porque sí, o solo para ahorrarse trabajo a ella misma, hoy entiende que todo eran lecciones para su futuro. Por eso la insistencia de Doña Urbina en que Miguelia recogiera el wérregue y se sentara a su lado para aprender no solo a convertirlo en jarrones, sino a hacer todas las labores de la casa, y por eso, cuando la veía desconcentrada, la mandaba al río a bañarse para que despejara la mente y así poder seguir aprendiendo. Su tarea favorita era justamente la de lavar la ropa, porque cada dos prendas saltaba al río San Juan para jugar en el agua. La misma agua en la que se bañaba al amanecer, en la luna indicada, para pedirle el poder del conocimiento. Hoy sabe y agradece que recibió el poder de la luna y de su tía, ese que le permitió empezar a comunicarse y mantenerse en la ciudad.
Después de un par de días en la terminal de Cali, a Miguelia se le apareció Piedad, una mujer que ha sido como un ángel. La única que le entendió, o que se esforzó por entenderle, y que la llevó a la que sería su primera pieza en Siloé. La misma con quien Miguelia aprendió a hablar español y así poder decirle a los señores que le ofrecían cinco mil pesos por sus jarrones cuando ella mostraba los cinco dedos de la mano, que no eran cinco sino cincuenta mil. La situación de Miguelia pone en evidencia la necesidad de valorar el trabajo artesanal y milenario de los pueblos indígenas, pues no debería hacer falta una lengua común para apreciar el detalle y el conocimiento en cada pieza, en este caso, cada jarrón tejido en wérregue, para pagar el precio justo. A esta situación se suma el cambio en el estilo de vida de su gente, que otrora podía ir al monte a buscar guineos, papa china y piña, pero que por la guerra dejó de poder hacerlo, y encontró en los jarrones una moneda que se puede intercambiar por alimento.
No fueron menores los esfuerzos que le costaron conseguir su actual puesto en el Parque Artesanal Loma de la Cruz. Empezó haciéndose en la calle para venderlos, frente a la alcaldía y en el centro, y fue así como empezó a oír sobre la existencia del Parque. Fue a ver de qué se trataba, y aunque la primera vez no la dejaron sentarse a vender, empezó a preguntarles a quienes ya tenían un local sobre cómo conseguirlo, a ir a la oficina, y a pedirle a Dios poder aprender el suficiente español para tramitar todo. Fue, como lo dice ella, un constante ver y ver. Decir que quería trabajar, y ver y ver cómo le hacía entender al señor de la oficina que lo que quería era un local. Luego esperar a que abriera la convocatoria, pasar todas las semanas a preguntar, y cuando por fin abrió, ver y ver qué papeles necesitaba, llevarlos a la fotocopiadora y pedir ayuda para rellenar el formulario. Esperar a que llegara el mensaje, y ver y ver cómo mantenía a la familia mientras tanto. Finalmente recibir el mensaje de texto con las buenas noticias, pero antes ver y ver quién se lo leía. Y aunque la primera tanda de jarrones que dejó en el local se la robaron, supo ver cómo reemplazarlos con aretes y pulseras más rápidos de vender para volver a surtirse de sus piezas grandes, esos contenedores admirables que colma de los diseños de su pueblo que guarda en la memoria. Más de diez años después sabe que debe conservar y honrar su poder, pues fue gracias a ese conocimiento que ha podido vivir desde entonces en la ciudad con sus seis hijos y su pareja, y fue gracias a ese poder que hoy nos cuenta, en español, su historia.
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