Taller: Artesanías Nelcy
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Sucre
Ubicación: Morroa, Sucre
Minelva Corena habla de su abuela y de su madre como trabajadoras incansables y recuerda claramente sus frases. Cuando era una niña, su madre, la condecorada artesana Nelcy Pérez de Corena, le enseñó el oficio del tejido. Ella no se acuerda pero sabe que empezó a los cinco años devanando el hilo. A los diez —de esto sí se acuerda— se fue a vivir con su abuela, Victoria López, quien le enseñó a hacer bola el hilo y a tejer fajas en telar vertical, el oficio con el que se inician los niños y aspirantes a tejedores. Trabajaban juntas: Minelva las tejía y si a la noche no había acabado, su abuela la terminaba y a la mañana siguiente con esa faja compraban el café. A los once años, cuando su abuela vio que ya sabía llevar el orillo del tejido, que sabía paletear y era ágil en el telar, le dijo «esta está lista pa’ hacer hamaca». Entonces Minelva, alumna destacada, pasó directamente del telar de 15 centímetros que usaba para las fajas, al de dos metros en el que se hacen las tradicionales hamacas morroanas. Sucre es otro de esos destinos en Colombia donde se tejen hamacas, muy distintas a las de San Jacinto y La Guajira.
Cuando arrancaba el nuevo siglo, en Morroa se sintió el conflicto en los Montes de María. Minelva habla de la guerra como un enfrentamiento de ideas porque a pesar de que se oían los helicópteros y los bombazos desde su casa, nunca vio a los hombres armados pasar por Morroa. Su padre, llamado Blas como el santo patrón de Morroa, les prohibía salir a la calle después de las seis de la tarde, pues el riesgo para los adolescentes en ese entonces era inminente. La violencia era una fuerza invisible, como el pensamiento, que hizo que su pueblo quedara aislado. Los compradores ya no pasaban por el pueblo y los artesanos quedaron a merced de los intermediarios.
Por ese entonces llegaron al pueblo personas desplazadas por el conflicto. Muchos de los hombres que llegaron, frente a la necesidad, se pusieron a tejer y a bordar, aprendieron un oficio que solía ser hecho por mujeres o por “maricas” y derribaron el tabú de que los hombres no tejían. Y en esta situación en la que se hizo necesaria la recursividad, a Minelva le llegó lo que ella llama la chispa: se le ocurrió hacerle flecos en macramé a una de las hamacas que su madre había tejido porque se dio cuenta de que la hamaca no era solo para acostarse, sino que con ella se podía adornar un espacio. Empezó a incluir nuevos detalles y colores en las rayas tejidas y le enseñó a doña Nelcy la técnica del macramé. Así como de niña trabajaba junto a su abuela, luego pudo hacerlo también con su madre, nutriendo su tradición, pues, para ella, no hay mejor forma de retribuir lo aprendido que aportando para que su oficio sobresalga.
Hoy en día la cualidad de trabajadora incansable que Minelva les atribuye a su abuela y su madre, la tiene ella. En su taller, que cuenta con cuatro telares y se llama Nelcy, trabajan desde las cuatro de la mañana. Entre risas explica que el que no llega temprano después tiene que trabajar en el calor. Devana, embola el hilo —hace la madeja—, y tira los 1,050 hilos en el telar para hacer las tradicionales hamacas morroanas, que tienen el tejido más suelto en comparación con las de San Jacinto o La Guajira.
De siete hijos, son ella y su hermano Blas José Corena los que siguen el consejo de Nelcy, quien les decía que debían aprender el oficio para que no se perdiera. Blas José borda en las hamacas todo tipo de diseños, desde caballos hasta escudos de fútbol, y tiene como proyecto enseñar a otros la técnica del bordado. Minelva enseñó a tejer a sus propios hijos. Así honran en familia a su abuela, que vivió 103 años y tejió hasta un año antes de fallecer; y a su madre, quien «con el lápiz no sabía escribir pero en la hamaca sí lo hacía».
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