Taller: Fundación indígena kanasü
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Riohacha - San Juan del Cesar
Ubicación: Barrancas, La Guajira
Olga fue nombrada como lideresa de su resguardo a los 22 años. Como buena heredera del saber tejedor de chinchorros, la familia la eligió para representarlos y ella, sonriente, confió en que su carácter conciliador le permitiría asumir el cargo dentro de su comunidad. La segunda de seis hermanos, fue a la única a la que el trabajo por los demás y ese arte de la negociación que implica ser autoridad, le gustó desde siempre. Después de tantos años en ello, ahora que está en la mitad de sus sesentas, siente que ha sembrado un suelo firme y hoy cosecha sus frutos.
Y aunque ese trabajo con los otros y por los otros ha sido su vida, esa en la cual ha intermediado en conflictos entre familias, llevando los argumentos de unos y otros para intentar alcanzar un consenso desde el diálogo, hay algo con lo que se siente profundamente afín, la naturaleza. Lo cual es consecuente con la manera como decidió vivir. El respeto y amor por los animales definen su ética. Y entonces, relata su mundo a través de los animalitos que la han rodeado toda la vida. Les concede un lugar dentro de la familia y los honra como aquellos que, en su cosmogonía wayuu, les han ayudado a contar sus historias a través del tejido. Empezando por la araña tejedora, Wale´keru, aquella que les enseñó a tejer a las mujeres. Pero también están los morrocoyes, cuyos caparazones hermosos vemos trasladados en los símbolos que tejen las wayuus. Su lentitud al caminar marca el paso de la aguja, permitiéndonos entender que la paciencia y la conciencia del tiempo son virtudes que ayudan a vivir. Así mismo, están las moscas que, con sus ojos de múltiples perspectivas, amplían la mirada. Las tejedoras lo plasman en la geometría de sus mochilas. Ella enumera su arca de Noé, al cuaquero, que es como un venadito de monte, al saino o jabalí, a esos perritos que ama y a la burra, a quien, nos cuenta, se le rinde homenaje cuando muere por todo el trabajo prestado, por haberles cargado el agua para quitar la sed, el alimento para calmar el hambre, por transportarlos a ellos y sus mercancías, sin rezongar ni quejarse, solo andando, leal. Las huellas del burro impresas bajo el ramal son también dibujos que se descubren en las mochilas.
Olga enseña, hablando y haciendo. A lo largo de los años ha formado artesanos y artesanas y ha conformado asociaciones y fundaciones, con el fin de mejorar la calidad de vida de su comunidad. Ha hecho alianzas con la carbonera del Cerrejón, llevando el conocimiento wayuu allí adentro para que se les respete como cultura. Los años de tejido le han robado, sin embargo, algo de su capacidad visual, por lo cual, aunque sigue tejiendo porque una wayuu nunca querrá dejar de hacerlo, hoy se dedica más a la gestión que a la artesanía, liderando procesos, verificando que las tapas de las mochilas estén bien apretadas, que los hilos nunca falten y entendiendo las necesidades del mercado, así como buscando siempre la innovación con las 22 mujeres de su familia con las que trabaja. Sus mochilas de hilos metalizados buscan destacarse y ya las podemos ver en todas las ferias del país. Hoy, espera que sus dos hijas, de las que dice tejen bonito, sean sus sucesoras.
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