Taller: Caña flecha
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Sucre
Ubicación: Sampués, Sucre
La familia Otero Polo es una de artesanos. La madre, Élida Polo, aunque no recibió el conocimiento de la artesanía en caña flecha como herencia, lo aprendió, se lo transmitió a sus hijos, y usó sus ganancias para apoyar el oficio de su esposo Augusto Rafael Otero, quien trabaja la madera. Con ella empezó, así, una tradición familiar.
Aprendió cuando tenía veinte años y hacía parte de la cooperativa de 24 mujeres en la que enseñaba Carmen Cruz, una maestra amorosa y exigente de Sampués. Para trabajar con esta fibra, de la que están tejidos los sombreros vueltiaos, debían aprender las cuatro fases posteriores a la recogida y lavada de la caña. El ripiado, que consiste en segmentar la hoja de la caña en tiras delgadas y uniformes. El teñido, hecho tradicionalmente con barro para el negro y hojas de bija para el rojo, y ahora hecho también con anilinas que le dan a la fibra colores más vibrantes y variados, distintos de los tonos tierra conseguidos con tintes naturales. El trenzado, que suele ser de 11, 15, 19 o 21 pares de fibras con las que se tejen las pintas, dibujos inspirados en la fauna y flora de la región, y la costura, el fuerte de Élida Polo. Su maestra le enseñó que debe estar bien acabada y recta, y que si lo que está haciendo es un tapete, de la costura de las trenzas depende que quede plano y no ondulado.
En los diez años siguientes a de enseñanza pasaron muchas cosas. Élida lideró el grupo de la cooperativa de artesanas, tuvo a su primer hijo Víctor, se alejó del trabajo con la caña flecha cuando quedó embarazada de su segundo hijo, y obró como madre comunitaria de Sampués atendiendo a niños entre los 2 y 4 años. Cuando finalmente volvió a lo suyo, la máquina de coser, lo hizo sola. Cuenta que invertía parte de los subsidios del programa del gobierno Familias en Acción en materia prima para hacer sus bolsos, venderlos, y volver a invertir lo ganado. Así fue como le ayudó a Augusto, su esposo, a montar el taller de ebanistería en el que actualmente trabaja con uno de sus cuatro hijos, Gildardo José Otero Polo, quien se inclinó por el oficio del padre.
Cuando el mayor de los cuatro hijos, Víctor, era un adolescente, acompañó por primera vez a Élida a Expoartesanías en Bogotá. Eso fue en el 2007 y para ese entonces ella ya había asistido a la feria antes con sus piezas de decoración: tapetes, cojines, cortinas e individuales. Cuentan que aquella vez no habían vendido nada en días y Víctor estaba desesperado pero su madre permanecía confiada. En el stand seguían sus tapetes colgados cuando llegó el torero César Rincón y se los compró todos. Hasta entonces, Víctor solo la había ayudado vendiendo sus artesanías en la troncal de Sampués, paso obligado de los viajeros en el que se encuentran artesanías a ambos lados de la carretera. Luego, cuando vio la acogida que tenían las piezas de su madre, se empezó a interesar por el oficio. Estudió Sistemas pero le gustaba más viajar con Élida a las ferias. Para Víctor, quien se inicie en el trabajo artesanal debe hacerlo por gusto, porque le llamó la atención, y no por obligación. A él lo cautivó la mezcla de trenzas que su madre cosía y por eso se animó a aprender a usar la máquina.
Desde entonces trabajan juntos. Cada vez que llega un pedido es Élida la que decide si se puede hacer o no y Víctor se encarga del diseño. Combina las pintas de las trenzas y experimenta en la máquina para confeccionar un producto que les guste. En el taller trabajan con Elizabeth Otero, tía de Víctor, que se destaca cosiendo, y se han aliado con más de diez familias del pueblo que se encargan de los otros eslabones de la cadena: recoger, ripiar, tinturar y trenzar la caña flecha.
En su taller trabajan en equipo y saben leer a sus clientes. Un ejemplo es lo que sucedió con el diseño de una mesa auxiliar que desarrollaron junto al diseñador de Artesanías de Colombia Samuel Negrete, en la que fusionaron los dos fuertes de la familia Otero Polo: la talla en madera y la caña flecha. Cuando llevaron las mesas a Expoartesanías se dieron cuenta de que las personas que pasaban por el stand querían sentarse en la mesa de tres patas, es decir, que querían una silla. Desde entonces han estado desarrollando una silla con cuatro patas que se ajuste a otra de las necesidades de sus clientes: poderla desarmar para transportarla.
La tradición que Élida lleva en sus manos ha sido transmitida por ella no solo a su familia sino a otras alumnas en Sucre, de la misma forma en que le fue dada por su maestra Carmen Cruz. Entre el 2012 y el 2017, fue instructora de caña flecha del Sena y pasó por los corregimientos de La Bomba, Corozal, Pileta, El Mamón, La Unión, Ovejas, a incluso la cárcel La Vega, en Sincelejo, transmitiendo su conocimiento. Muchas de sus alumnas se dedicaron a la artesanía. Con este mismo espíritu, Víctor le da la bienvenida a quien quiera aprender y le enseña lo que sabe en la máquina de coser. A su hijo Zabdiel, de seis años, lo deja participar de la actividad del taller a ver si se le despierta el mismo gusto que a él se le despertó cuando tenía 16 años. Cuenta que últimamente a su hermana, Elis Liseth Otero, que no sentía interés por el oficio, le empezó a llamar la atención desde que Víctor le pidió que fuera a vender a la Feria Nacional Artesanal de Pitalito, Huila. Así, poco a poco y sin obligar a nadie, van convenciendo a más personas de que aprendan el oficio y mantengan viva la tradición.
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