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Yamile Conrado y Kevia Chaparro

Taller: Asociación Unkugulamusi
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Cesar
Ubicación: Pueblo Bello, Cesar


AGENDA TU VISITA

  Barrio las delicias, Pueblo Bello, Cesar
  Yamile: 3183346225
  Kevia: 3187421800
  feygun81@gmail.com

Nabusimake, que quiere decir tierra donde nació el sol, le da nombre a la capital espiritual de los arhuacos, una de las cuatro comunidades indígenas que habitan y protegen la Sierra Nevada de Santa Marta. Allí nacieron, también, Yamile Conrado y Kevia Chaparro, dos artesanas tejedoras de mochilas en fique y lana de ovejo. Hubo un tiempo en el que su pueblo dejó de llamarse Nabusimake y pasó a ser San Sebastián de Rábago, como lo bautizaron los evangelizadores capuchinos llegados de España durante la colonia. Ese nombre se mantuvo hasta hace muy poco, en 1981, cuando se despertó el tigre y las comunidades de la Sierra recuperaron la soberanía sobre su territorio, volviendo a tener sistemas de educación y salud propios.

Para Yamile Conrado, es innegable que la mezcla de culturas y ambientes que se dio en su tierra la han hecho lo que es. Su abuela, por ejemplo, fue internada en una de las escuelas capuchinas donde educaban a los niños en el catolicismo y perdían su manto y su lengua. Yamile hace parte de ese desprendimiento, sin embargo, sus raíces y costumbres espirituales permanecen vivas en su corazón. Dice que aunque se use jean en vez de manto, no hay que olvidarse de lo que se es, de la identidad, que se expresa a través de sus creencias y costumbres.

Tanto Kevia Chaparro como Yamile Conrado viven ahora en Pueblo Bello, un municipio que linda con el resguardo indígena de la Sierra. Katty Richter, otra compañera artesana, también nació en Nabusimake pero vive en Valledupar. Cuando se juntan, hablan en arhuaco entre las tres. Una muestra de cómo navegan la historia de su pueblo y su nuevo contexto, se aprecia en sus artesanías: mochilas tejidas en Pueblo Bello pero cuya materia prima viene de la Sierra. La lana que usan viene de las ovejas esquiladas en Nabusimake y el fique del maguey que los hombres recogen en el resguardo, así como las plantas y semillas con que lo tinturan. Aprendieron de sus madres y abuelos a usar los colores de la naturaleza de nombres sonoros de la Sierra, como la noura, que es la cáscara de un árbol grande, chunnu, las raíces de un arbusto, kuguinu, la cáscara de un árbol de tierra fría, y zikura, las semillas que en español se conocen como ojo de buey.

De sus abuelas y madres aprendieron, además de su lengua materna, el arhuaco, otro tipo de lenguaje: el tejido. Entre los tres y seis años fueron iniciadas, el mismo periodo en el que se aprende a hablar o a escribir. La primera mochila de una niña es tan importante como la primera palabra, y por lo tanto hay que bendecirla. Es costumbre llevarla con el mamo, el guía espiritual, para afianzar el conocimiento que se acaba de adquirir y que la acompañará toda su vida. Los primeros tejidos en lana suelen tener dibujados cerritos u hojitas, las figuras que, a modo de ejercicios caligráficos, les enseñan a subir y a bajar la línea de un dibujo en las mochilas.

La tejeduría de mochilas arhuacas es una costumbre que va más allá de su valor comercial. De hecho, su comercialización es un fenómeno más bien reciente, que atiende a la necesidad de un sustento. Antes no se vendían sino se la hacía tradicionalmente la mujer al hombre. Le hacía una en fique para ir a la finca y tener en qué traer el guineo, o una más pequeña, en lana, para guardar sus cositas. Ahora que las mochilas hacen parte de la economía familiar, aunque vayan a ser vendidas, no se tejen de manera masiva ni industrializada. Se teje de acuerdo al ánimo de la mujer y, a medida que van subiendo las puntadas en espiral, las manos van transmitiendo a la mochila el pensamiento de su tejedora.

Cualquiera teje una mochila, pero no cualquiera lo hace de manera respetuosa con su tradición y valor simbólico. Estas artesanas, que conocen el significado de sus dibujos y sus nombres en arhuaco, además de la mejor técnica para hilar y entorchar el hilo “en pierna”, tienen una asociación llamada Unkugunamusi, que significa «ser solidarios». De esta hacen parte once familias en Pueblo Bello y cinco en Nabusimake. Recientemente, se han visto afectadas por una situación que les preocupa: la comercialización de mochilas intervenidas con chaquiras, que son vendidas en Valledupar a más del doble del precio del que se las compraron a ellas. Es una tendencia que ignora el valor espiritual, de tradición y cultural de las mochilas arhuacas. Por ahora, Yamile, Kevia y Katty, esperan que el concientizar al consumidor sobre esta situación, dándole a conocer su historia, sirva para que se aprecien las mochilas por lo que son, y se respete su tradición.

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