Taller: Ati Kwakumuke
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Cesar
Ubicación: Pueblo Bello, Cesar
Anariakna Mestre es una traductora. Vive entre el español y su lengua materna iku’, o arhuaco, ayudando a que el sentido transite entre ambos sistemas. Su ombligo está en la comunidad de Santo Domingo, en la Sierra Nevada de Santa Marta, pero hace trece años vive en Pueblo Bello, municipio que linda con el resguardo de la Sierra. En un principio le costó aprender a expresarse en español y adoptar las nuevas formas de relacionarse que le exigía este lugar. Ahora, como representante arhuaca ante la Comunidad Ati Kwakumuke, que significa Casa de Gobierno Propio, en la que trabajan para la atención de la comunidad de la Sierra y sus alrededores, Anariakna presta el servicio de traductora.
Su trabajo como traductora se parece mucho al que hace cuando teje. Según su tradición la tejeduría es eso: tejer la palabra, el pensamiento, se transmite información a través del tejido, la propia memoria y el pensamiento de la mujer. Aprendió de niña, cuando el hilo de lana no era tan fino y pulido, sino grueso. Su primera mochila quedó con el ombligo abierto, el fondo se le doblaba y las puntadas no eran parejas. Era una mochila pequeña, con la gasa corta porque no estaba destinada a cargarse en el hombro, sino a ir dentro de otra mochila más grande, oculta. Esa se la regaló a su abuela. Tenía un diseño verde, de caminito y cuadraditos que significan el fluir del pensamiento de la mujer.
La segunda vez que tejió una mochila, le explicaron de manera oral cómo se hacía el diseño de la rama del café, con una hoja arriba y una abajo. Ella tomó esa información y la tradujo en un diseño con dos hojas arriba y abajo de la rama, de colores distintos para que se diferenciaran. Al verla, su madre no podía creer que la hubiera hecho ella sola. La tejeduría de las mochilas viene de la raíz que trae cada mujer, la sabiduría de sus antepasados. Anariakna empezó a tejer a escondidas para sorprender a su madre con los diseños que se le iban ocurriendo más y más.
Se volvió una tejedora muy prolífica, y entonces tuvo que encontrar un punto medio, como cuando se busca la palabra precisa para traducir una idea y ambas lenguas deben estar en equilibrio. Llegó a tejer una mochila de 102 cabuyas, algo que nadie más hacía. Fue toda una hazaña, pues suelen hacerse de 20, pero le quedó doliendo la cabeza. Le decían que estaba compitiendo con la araña o con el pájaro tejedor. Llegó, también, a sacar tres mochilas por mes, cuando lo común es que la producción no pase de una o dos. Tenía mucha energía, hasta que se casó y, como dice, le llegó la flojera, la emoción del amor. Su sentimiento hacía que las mochilas le quedaran duras, tan apretadas que servían como baldes para al agua y se podían tocar como una guacharaca. Ahora teje blandito otra vez y hace una por mes. Su abuela le enseñó que no se debe trabajar pensando en el dinero, porque sus artesanías no son un negocio sino una identidad. El equilibrio está en entender cómo pueden usarse las mochilas como un medio para cubrir sus necesidades. Por años se hacían trueques con ellas, ahora se les pone un precio. Hoy en día hay mucha gente tejiendo, pero a veces sucede que tejen sin sentido, y su trabajo se vuelve el de una fotocopiadora, como dicen los mamos. No está mal tejer, pues todos hablamos, todos pensamos y todos queremos, pero hay que conocer el sentido y la identidad de lo que se expresa: el idioma de las mochilas.
A Anariakna le gusta repetir. Hace en sus mochilas la noche y el día: la oscuridad que simboliza las dificultades y la claridad que simboliza el estar sano. Entre esos dos extremos sucede la vida. Le gusta también hacer la alegría, que se representa como dedos entrelazados. El espinazo, que le recuerda su propia columna y el equilibrio que debe mantener para ella y su familia. Y el caracol, que es como un abrazo, como el afecto y la armonía. No es costumbre representar a los animales, pues viven con ellos y hay que respetarles su espacio e identidad. A la propia Anariakna no le gustaría que la estén dibujando y por eso no los dibuja.
Tiene tres hijos. Sus dos hijas aprendieron desde muy pequeñas y tejen todos los días. Por su parte, el hijo mayor, hablando del equilibrio, quiso aprender a tejer para hacerse su propia mochila. Ella dice que a él le quedan perfectas, más que a la madre, y que las hace apretadas, como las hacía la joven Anariakna enamorada.
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