Vereda Tamabioy, Sibundoy, Putumayo
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Lo más lindo de los maestros artesanos es su falta de vanidad. Es verlos capaces de contarse desde la sorpresa y el agradecimiento, y la alegría infinita de saberse ejemplo para otros. Es el caso de Ángel Marino Jacanamejoy, el hombre de la voz dulce que sabe que se debe a sus padres y abuelos y que intenta ser el digno transmisor del legado de su sangre del Putumayo. Aunque empezó tarde en el mundo artesanal, a sus 23 años, algo en él se despertó en ese momento que lo hizo recordar todo lo que Justo, su padre, le contaba sobre sus encuentros alucinatorios en las madrugadas, de la mano de los taitas. También, le hizo entender que los relatos de sus abuelos paternos Miguel y Antonia, y maternos, Bautista y Concepción, alrededor de la tulpa y sentados sobre banquitos pensadores, serían los fundadores de su mundo kamentsá. Ese que se ha dedicado a rescatar y a compartirnos con las máscaras que hace.
Como se suele decir, tantas vueltas para volver a casa, porque Ángel se fue, justamente, de la casa, calladito, pues quería estudiar. Empacó sus cosas en silencio y se fue a la capital a buscar futuro. Pero éste le llegó pintado de pasado pues la directora del Museo de Artes y Tradiciones Populares le dijo, a él y a otros jóvenes kamentsá que la visitaron que, si tenían máscaras tradicionales con las cuales representar el Día Grande en Bogotá, los invitaba a hacer una exposición. La memoria de la celebración a la que iba de la mano de su papá desde niño, en donde se maravillaba viendo las máscaras de matachines y san juanes, se le vino a la cabeza y lo hizo sonreír. Cómo algo que tenía tan grabado en el corazón, se dijo, sería lo que lo reconectaría con lo suyo, y le ofrecería el tan anhelado futuro. Ese impulso, sin embargo, vino cargado de dolor, pues su papá murió y le mataron a uno de sus hermanos. Allí tomó la decisión de regresar a su territorio, Sibundoy, en el Alto Putumayo.
Empezó a tallar sin guía, pero con un entusiasmo que le fue mostrando el camino. El maestro Basilio Jojibioi fue su inspiración. La observación de su entorno se agudizó y la escucha de sus mitos dejó de ser paisaje para volverse manifiesto. Y, así, armó un grupo de trabajo de varios jóvenes como él que se montaron en la idea de hacer la exposición en el museo bogotano. Sacaron doce máscaras, entre las cuales las tradicionales del Nuevo Año kamentsá, pero también representaron a varios personajes del pueblo, como el mudito cariñoso que saludaba y les daba la Paz a todos los fieles en la iglesia, además, se inventaron varias que celebraban el sol, la luna y el arcoíris. Así empezó y luego de mucho trabajo y una voluntad férrea por volverse artesano –pues su grupo se desmanteló frente a las promesas de dinero fácil raspando coca en el Bajo Putumayo– fue galardonado con la Medalla a la Maestría Artesanal Tradicional en 2001. Homenaje que se repitió en 2013, pero como Maestro Contemporáneo.
Y esto fue porque, en su espíritu investigador y siempre abierto a la innovación y al diseño, empezó a enchapar máscaras, primero con semillas como las de la achirilla, para luego combinarlas con chaquiras y finalmente hacerlas completas en estas pepitas de colores, un trabajo de una minucia infinita. Hoy, estas máscaras son un sello de identidad de la artesanía del Valle de Sibundoy, pero fue una innovación en donde él fue uno de los primeros artesanos que consolidó esa técnica. De ahí la Medalla.
Para completar una vida que se ha dedicado a honrar sus raíces se casó con una mujer estupenda, Lilia Concepción Juajibioy, una valerosa profesora en la escuela bilingüe de Sibundoy, responsable de transmitir el sentido profundo del ser kamentsá, empezando por el amor a la lengua, para las nuevas generaciones. Entre los dos se han dedicado a cultivar las tradiciones de su pueblo a través de todas las expresiones simbólicas que existen, relatos, tejidos, talla, música y su potente capa espiritual. Gracias a ello, puede decir orgulloso que tiene en sus hijos a herederos del oficio. Aunque profesionales en distintos campos, cada uno de ellos lleva el saber en la sangre y lo celebra.
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