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Carolyn Jay y Socorro Rueda

Taller: Richard's Art
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta San Andrés
Ubicación: San Andrés, San Andrés y Providencia


AGENDA TU VISITA

  San Luis sector hophie, sur de la Isla. Preguntar por el colegio El Rancho, diagonal al rancho, San Andrés
  3155955961
  carolynj25@gmail.com

Miss Carolyn tiene lo mejor de sus dos mundos: tiene herencia de tejedora en fibras naturales por su abuela paterna, nacida en Providencia, y de bordadora, costurera y experta en puntadas sobre tela, por su abuela materna, santandereana. Ambas abuelas, Miss Bela y doña Zoraida, le marcaron sus mejores recuerdos de la infancia y el destino que le tenía trazado la vida. Le basta mirar hacia atrás para darse cuenta de que lo suyo siempre fue el trabajo con las manos. Y a su lado, su mamá, Socorro Rueda, quien le alimentó toda la curiosidad y se dedicó, como ella misma lo vivió con su propia mamá, a perfeccionarle las técnicas. Además, sigue acompañándola en la vocación artesanal que les conduce los días a ambas, y, ya desde hace una década, tienen su taller juntas en la isla de San Andrés. Fueron, sin embargo, muchas las vueltas de esta familia antes de regresar a la isla.

Carolyn cuenta que nació en Sogamoso y que es, prácticamente, hija de Acerías Paz del Río. Su papá, Eduardo Jay, isleño a mucho honor, descendiente de Miss Bela y Mister Gimston Jay Robinson, a falta de estudios superiores en la isla, se fue, como cada uno de los diez hermanos, a estudiar a Bucaramanga. Era algo que se solía hacer, los sanandresanos se iban para Santander. Allá se convirtió en Técnico Electromecánico, conoció y se enamoró de Socorro y, siempre mudándose por trabajo, constituyeron su nueva familia viviendo en Bucaramanga, Sogamoso y Barrancabermeja.

Pero Eduardo echaba de menos la isla de sus abuelos y de su mamá, por lo que cada vez que podía iba a visitarlos a Providencia. Así que cuando le ofrecieron en 1983 un trabajo en la Electrificadora de San Andrés, a los cinco años de Carolyn, fue una dicha. Ya para ese tiempo, la niña cálida y curiosa, se había ganado su primer concurso de pintura, dibujando con los dedos, y recuerda bien el premio que recibió: una caja de 60 colores de Prismacolor, el tesoro de cualquiera que disfrutara del arte. Una memoria que se le cuela con otra, la de los juguetes que les hacía su papá, también hábil carpintero: una cama y un tocadorcito en madera para sus muñecas y un camioncito para su hermano.

Volver al lado del mar la acercó a la tejeduría, o a las tejedurías, mejor. Porque aprendió del pácta, una palma, típica de Providencia y en riesgo de extinción, muy parecida a la palmera tradicional, pero que no produce el fruto del coco y su hoja es más plana. Veía a su abuela Bela tejer y ésta la llevaba a los talleres artesanales para que aprendiera a hacer canastos y escobas. Al mismo tiempo, tenía a su abuela Zoraida y a su mamá, Socorro, enseñándole todo sobre el arte del coser, croché, bordado, tejido en dos agujas. Creció, entonces, dándole todos los conocimientos a sus manos. Pero, de nuevo, se desvió. Cuando llegó la hora de los estudios, por un puesto no pasó a Ingeniería Industrial en Bucaramanga, así que se formó en Ingeniería de Sistemas en Medellín. Y, de nuevo, como cuando a su papá le ofrecieron un puesto en la isla, ella terminó trabajando en Coralina, una entidad de cuidado medioambiental en San Andrés. Fue allí que reconectó con la artesanía, pues reconoció desde su exuberancia, virtudes naturales y cuidado, esas fibras que desde niña había conocido.

A partir de allí todo fue muy rápido. Los cursos a los que nunca dejó de asistir les enseñaron a su mamá y a ella el trabajo en Wildpine, fibra de coco y calceta de plátano. De hecho, a Socorro le gusta más trabajar el Wildpine y a Carolyn las otras. Pasaron de los canastos e individuales a los accesorios y la bisutería luego de que se les invitó a participar en un proyecto de moda: allí se les abrió el mundo de la joyería. Además, vieron que una plaga invasiva que estaba aquejando a la isla podía ser una oportunidad para ellas: empezaron a hacer collares con las aletas del pez león que era necesario consumir a toda costa para que no acabara con los corales. De esta forma, hoy se destacan por el delicado trabajo en el que combinan las tejedurías que tanto saben hacer, con este detalle único que es este dije natural. Curiosas como son, seguirán explorándolo todo, tierra y mar en su ADN, impulsando su creatividad.

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