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Comunidad de Busingeka

Taller: Comunidad de Busingeka
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Magdalena
Ubicación: Ciénaga, Magdalena


Busingueka significa “amanecer con todo: con la naturaleza, los mestizos, el mar y las islas”, un imponente lugar para descubrir lo que es ser arhuaco, en medio de la Sierra Nevada de Santa Marta, esa Casa Sagrada en donde, según esta comunidad indígena, se inició la vida humana y cuyo padre y madre, son el sol y la luna. A través de esta filosofía vital vamos a movernos y, adentro de este territorio, descubriremos una manera de concebir el origen. Porque para sus habitantes ancestrales, estas montañas que respiran representan a un ser viviente, un cuerpo que es la madre, sus venas que son los ríos, sus árboles y plantas, los cabellos y músculos, y los picos de sus alturas, la cabeza. Quienes la habitan, sus gentes o ikus, saben que son sus protectores y no sus dueños. Por último, los “hermanos mayores”, aquellos que surgieron del ombligo del mundo, que son los picos de la Sierra, tienen como misión “cuidar y preservar el mundo, así como velar porque el ciclo cósmico tenga un buen desarrollo para que las enfermedades no destruyan la vida de los hombres”, como lo narra el mamo mayor, Zäreymakú Amanuense Antonio Pérez.

Para llegar a este pueblo fundado en 2014, una tierra recuperada por parte de las comunidades indígenas de la Sierra que fueron desplazadas de ellas a través de los años, debemos prepararnos y nos revelará una profunda voluntad de estar allí pues, desde Santa Marta, toma seis horas llegar a la cima de la montaña y requerirá de carro, moto y mulo. Toda una aventura. Hará frío, es necesario llevar botas pantaneras y hamaca y las condiciones de alojamiento están lejos de estar acondicionadas para el turismo tradicional, pero, a cambio, la promesa es que será una experiencia única y ensoñadora. Porque no solo esta comunidad arhuaca nos recibirá con alegría y disposición de compartir su cosmogonía, su hogar, su comida y su calor, sino que el éxtasis por el paisaje de picos, lagunas, bruma y atardeceres valdrá cualquier esfuerzo. No es carreta, el halo espiritual que allí se siente es real.

Será una inmersión dentro de una cultura indígena que ve en la artesanía un vehículo para comunicar sus creencias ya que todo tiene un uso y un significado. Por ejemplo, los hombres portan el tutu zoma, o ese icónico sombrero blanco de fique bien hilado con el que su identidad se revela y que representa los picos nevados y que los mamos, en especial, usan para hacerle pagamentos a Alkwankwa o la madre de la vida. Además, hacen en madera el pilón para desgranar el maíz y que para ser usado en tan importante acción, la de preparar el alimento, debe ser bautizado por los mamos; como también será bautizado un niño con las tinajas de barro en las que se cocina la comida a la que le rinden tributo. Asimismo, elaboran la carrumba y el huso, ambos instrumentos para hilar el fique y el algodón, así como las agujas de hueso de venado con las cuales hacen sus mochilas. Y cargan el kukku, o canasto de hojas de bijao, para guardar hilos o recolectar el ayu, o algodón, con el que lo tejen todo. Porque el tejido es su manera de ofrecernos sus relatos fundacionales, como aquel que se cuenta en la base de una de sus mochilas, a través de anudados que solo conocen las mujeres, y que narra que en el principio los animales hablaban como nosotros y lo hacían de la naturaleza, esa a la que juraron proteger. Como lo explica Deysi Yasmín Torres Villafaña “la mochila lo es todo: es vestirse, es perpetuar el legado que nos dejó la madre Ati Nabowa, creadora de todos los tejidos que hoy existen y que se deben conservar en el tiempo”. Porque, como contaban los abuelos, la mochila se asemeja y representa el útero femenino, y allí se lleva lo necesario para preservar la vida. Y quizá ese es el gran significado de estar allí arriba, de hacer este viaje, es entender que, en efecto, la vida es sagrada.

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