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Comunidad de Kutunsama

Taller: ASOEMI
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Magdalena
Ubicación: Santa Marta, Magdalena


Lo primero que sorprende al hablar con Alcira Villafaña es su potente voz. Y no hablo de volumen, sino de tono, de intención, de fuerza para expresar sus ideas, que no son otra cosa que su manera de pararse frente al mundo. Y esa conmoción, sin embargo, no debería ser, pues cada día es más normal encontrar voces de mujeres empoderadas, y magníficas, que lideran sus comunidades. Bastaba correrles el velo para ver que siempre habían estado ahí. No obstante, proviniendo de un entorno indígena, esa voz sí resulta una extrañeza, pues, normalmente, ellas hablan bajito y pocas saben español, y entonces uno siente que Alcira hace parte de una generación fundante de nuevos feminismos. Uno que, paradójicamente, se lo enseñó su padre, Alberto Villafaña.

Aunque murió muy prematuramente a sus 42, cuando nuestra protagonista tenía apenas 19, este hombre probó con las mujeres que lo acompañaban, su esposa Marta Torres y su hija Alcira, una forma de vivir que reñía con los aspectos que menos le interesaban de la tradición indígena, cierto machismo arraigado que se impuso romper, haciendo del hogar Villafaña una cuna de ideas colmadas de derechos y libertades. De él oyó acerca de las violencias de género que había que erradicar. Todo un experimento social dentro de su comunidad de Kutunsama, y que hoy puede decirse que fue exitoso. Alberto no solo le enseñó a leer a su esposa para luego impulsarle su autonomía económica trabajando como funcionaria pública, sino que le inculcó a su hija todo un lenguaje para hacerla acceder a los lugares de liderazgo de su comunidad. Y aunque ella lamenta su pérdida habiendo sido tan joven, lo cierto es que el cimiento que construyó en ella fue lo suficientemente fuerte para derribarle los miedos que le surgieron por quedar súbitamente despojada de tamaña figura paterna, y que la tenían lista para llegar adonde él quería que lo hiciera.

Alcira recuerda una infancia distinta de las demás niñas arhuacas. Se ve, orgullosa, mirando a su papá ser el único hombre invitado a ver nacer la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas de Colombia, así como también acompañando a su mamá en sus correrías por distintos lugares del departamento del Magdalena, como promotora de salud, oyéndola explicarle a las mujeres y a los hombres, ideas acerca de la higiene y los hábitos de vida más saludables, tan alejados de cualquier invocación del destino. Allí vio, de primera mano, cómo es que se pueden intervenir comunidades enteras a través de estrategias completas de voluntades, sumas de intenciones, recursos y convincentes explicaciones sobre el bienestar.

Con estos dos ejemplos en casa, tenía el músculo formado con el cual emprender ella misma su propia cruzada, como lo ve hoy en retrospectiva. Porque pasó que tejía –eso nunca dejó de hacerse en su hogar, como parte del ser arhuaco– y, como les sucede a todas las artesanas tejedoras de mochilas, algún turista llega a preguntarles por éstas y, si les va bien, les ofrecen comprárselas o, como pasa más frecuentemente, les piden que se las regalen. Alcira se percató de esta dinámica, lo padeció ella misma, y se dijo que eso tenía que cambiar. Empezaron entonces las labores de concientización del valor del trabajo, cosmogonía en acción, así como la construcción y fortalecimiento de redes, el trabajo público como sólido puente entre dos mundos, convirtiéndose en su vocera e intérprete, y, en lo que está hoy, las gestiones necesarias para crear una ruta de comercialización de la mochila arhuaca, siguiendo los preceptos del comercio justo. Un trabajo de años en aras darles voz a sus hermanos y hermanas indígenas.

Combinando, además, ese diálogo con las autoridades de sus comunidades en donde el ser mujer no sea una amenaza, sino una suma, y en donde una mujer pueda decidir estar sola o separada sin que se le juzgue, o que la que quiera hacer familia pueda hacerlo sin que ello signifique que perdió su autonomía. Porque todo lo que hay detrás de estas ideas es un tejido. Y allí se para su feminismo, uno que vale la pena conocer en la comunidad de Kutunsama.

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