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Damaris Elena Buelvas Escalante

Taller: Artesanías Claudia Cecilia
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Bolívar
Ubicación: San Jacinto, Bolívar


Imagen de Medalla Maestría Artesanal

“Yo no me voy de San Jacinto porque no soy capaz de dejar mi telar”. Así de claro lo tiene Damaris Buelvas, sanjacintera de pura cepa y agradecida con la vida de tener el arte de la tejeduría en sus manos. Con ésta alimentó y educó a su hija Claudia Cecilia, sacó su casa adelante y ha ido a ferias y eventos por todo el país. Huérfana de mamá cuando apenas tenía tres años, es la última de cuatro hermanas, y recuerda haber empezado a tejer a los nueve, como todos lo hacían en su casa.

Cuando se enfrentó a su primera hamaca grande, a los 12, se asustó y se creyó incapaz de hacerla, aunque muy rápidamente se le quitaría el susto porque se enamoró a los 15 y allí sí, armar el telar, fue parte de volverse grande y contribuir a los gastos del nuevo hogar. Y claro que sabía cómo se hacía, tenía el saber en la sangre.

Por 35 años tejió al lado del papá de su hija, César Castro. Con él padecieron la violencia que se vivió a finales de los años noventa en el departamento de Bolívar, y se tuvieron que desplazar a Cartagena, comiéndose los ahorros que tenían a falta de un trabajo estable. Justo por esa necesidad, al regresar a San Jacinto Damaris le dijo que le tocaría aprender a tejer, pues la tierra estaba colmada de minas antipersonales y era imposible sembrarla. Y aprendió, como tantos hombres más lo hicieron, primero a escondidas y luego ya orgullosos de sus tejidos.

Hoy, separada, sigue con sus hamacas y sus mochilas, y las celebra porque gracias a ellas ganó su autonomía, como las mujeres de este pueblo que saben que sus manos les han dado su libertad. Honra la tradición y ancestralidad zenú de los tejidos de su región, así como aplaude toda la carga y los colores que el mestizaje le ha añadido a los diseños de las hamacas que hoy cuentan con Sello de denominación de origen.

También han ampliado el portafolio de productos, siempre con un pie en el origen y otro en la innovación. Hacen caminos de mesa, mochilas, individuales, tapetes y bolsos, muchos de los cuales tinturan con semillas de achiote o de algodón, y fijan con vinagre o hierro, para ofrecer unos colores increíbles. Le reconforta saber que su hija tiene el negocio en su cabeza “es más chispa que yo”, dice riendo porque su abuela Sista le enseñó de números y sí que aprendió.

Además tiene la dicha de que nuevas generaciones de tejedoras que se han formado a través de los años, garantizarán el legado de San Jacinto. Como la asociación de artesanas que preside que cuenta con 30 personas, que están tejiendo su futuro.

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