Taller: Arte Sikuani
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Arauca
Ubicación: Arauca, Arauca
Estefanía Arrieta habla con una propiedad que muchos suelen obtener a una mayor edad. A sus 26 años, ha salido de su comunidad y regresado, ha traído al mundo a tres hijos, y ha aprendido el valor de tejer acompañada del grupo de tejedoras del que hace parte, en el que ha ejercido el papel de maestra para muchas. Estefanía ya conoce el significado profundo de su oficio, que le brota del corazón.
Hace ocho años empezó a tejer en mostacilla checa. Lo aprendió de su madre en el resguardo indígena sikuani de El Zamuro, después de que una tarde la viera tejiendo y por fin se animara a preguntarle qué hacía y por qué lo hacía. Ella le explicó que lo había aprendido de su madre, que lo seguía haciendo porque hacía parte de sus costumbres, y que se concentraba mejor en la tarde después de haberle dedicado la mañana a trabajar el campo, pues su mente estaba más tranquila y podía dirigir toda su atención al tejido. Le contó que muchas veces dejaba que los sueños que había tenido la noche anterior le dictaran lo que debía tejer en el día y los colores que debía usar. A su madre, tejer le transmitía paz. En su corto castellano le explicaba a Estefanía que cuando tenía algún “enriedo” en la cabeza, procuraba plasmarlo en lo que hacía y así, mientras trabajaba, le iba buscando la solución, que aparecía siempre al llegar al final del tejido.
Si su madre prefiere los colores del monte, la tierra y el azul del cielo, Estefanía prefiere las combinaciones de colores vibrantes. Ella es alegre y, por lo tanto, colorida. Cuando teje es porque está feliz y le gusta mostrarlo llenando de color sus piezas, de vida. Si un día está mal, prefiere no tejer, pues le estaría transmitiendo su malestar al collar o manilla que esté haciendo. En el camino de formarse como artesana, ha aprendido a armonizar sus piezas con lo que lleva dentro suyo, y entregarlas limpias de cualquier mal sentimiento. A veces, cuando tiene una nueva idea, se sienta sola para ensayarla antes de mostrarla, sabiendo que a las otras mujeres de su grupo puede que les guste o no. Puede sentarse por horas y entrar en tal estado de concentración que no le da ni hambre, y solo se acuerda de que no ha comido cuando ve a alguien comiendo al lado suyo. Las demás veces, cuando sube los fines de semana a la comunidad, teje acompañada de otras mujeres: al tiempo que trabajan, hablan y comparten su conocimiento. Del grupo hacen parte quince mujeres, entre los 10 y 65 años, y su trabajo ha inspirado, además, a los hombres de la comunidad, que hoy en día tienen su propio grupo.
De seguro más hombres y mujeres se animarán a aprender y unirse a los grupos de tejedores y tejedoras en mostacilla dentro del resguardo El Zamuro, del que hacen parte alrededor de 180 familias y en donde producen, además de artesanías, miel. En su territorio no les faltará la inspiración, que se respira en los numerosos árboles sembrados y los cultivos de maíz, plátano, caña, mango y otras frutas de temporada como mandarinas, naranjas, mamones, guanábanas, papaya, piña y guayaba. El territorio les habla, como lo hizo con un primo pequeño de Estefanía, que se está iniciando en la tejeduría de manillas y ya hizo una representación su hogar: dos chozas, una mata de maíz, el sol y un niño.
Al principio, a Estefanía le costaba hablar con sus clientes y explicarles la intención con que había tejido cada pieza. Se escondía detrás de su madre. Pero aprendió que solo ella puede transmitir el significado de su trabajo y, así mismo, ahora alenta a sus compañeras para que superen la pena y hablen de lo que conocen mejor que nadie. Solo ella puede explicar a fondo, por ejemplo, el significado de sus manillas a las que llama “mis emociones”, con tantos colores como emociones siente. Por el momento, está concentrada en usar el dorado en cada prenda que hace, pues la ronda la idea de la luz, del brillo que ilumina un momento y se puede ver desde muy lejos.
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