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José Claudio Vasquez

Taller: Claudio Artes
Oficio: Trabajo en madera
Ruta: Ruta Arauca
Ubicación: Saravena, Arauca


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  Calle 18 # 23-78, Saravena, Arauca
  3133517292
  jv4965262@gmail.com

Cuando tenía ocho años Claudio llegó a Arauca con su familia y se encontró con toda la fauna que no había en Zetaquira, Boyacá, de donde venían. De las selvas que poblaban el paisaje salían animales inimaginables que se les metían a la casa por la noche, confiados porque no conocían humanos. Recuerda los cachicamos o armadillos, los osos palmeros, las dantas y los mapuros, que se les comían las gallinas. Recuerda también los puercoespines, inofensivos, a los que les gustaba hacer nido en los zarzos de los ranchos de palma. Bajaban en la noche y volvían a guardarse. Claudio no había visto a nadie tallar madera pero a los quince años se le prendió la chispa y empezó a tallar lo que podía con sus propias manos y un pedazo de cuchillo. De todos los animales que veía, escogió los buhos para iniciarse en el camino empírico de la talla en madera. Lo rodeaban varias clases de búhos, a las que reconoce de vista y por su canto, más que por su nombre. Para hacerlos optó por el caracara, de madera blanca y negra usada en la fabricación de canoas. Los vendió en llaveros y sueltos, y se quedó con un par como recuerdo de sus primeros trabajos en madera.

Poco queda de las selvas que José Claudio conoció de niño, llenas de fauna, vegetación, y de las imponentes y sobresalientes tolúas o cedro macho, de dos metros de radio y entre treinta y cuarenta metros de altura. Las selvas fueron taladas por quienes llegaron a vivir en estas tierras queriendo volverlas productivas, y en su lugar se llenaron de cultivos de plátano, maíz, piña, maracuyá, y de ganado. Se trata de tierras fértiles donde no se encuentra piedra, solo pulpa, como le dicen. Hoy, de las tolúas centenarias que crecían en la fértil selva, solo queda el recuerdo. Al mismo tiempo que talaron el monte se comercializó su madera, preciada por su calidad para construir embarcaciones. El propio José Claudio trabajó por muchos años en los aserraderos que exportaban la madera de la tolúa, hasta que cayó en la cuenta de lo peligrosa e irrespetuosa que era esa labor. Vio a los árboles con otra cara, como dice, son seres indefensos a los que no es justo causarles la muerte. Desde que le fue dada esta nueva mirada, ya no fue capaz de hacerle ese mal a los árboles. Ahora, busca las tolúas pequeñas, nietas y bisnietas de sus monumentales abuelas. Las encuentra en las costas de los caños y ríos el Pescador, Arauca, Madrevieja, Banadia, Saravena y Fortul. Una vez se caen, desbordadas y arrastradas por el agua, José Claudio toma su madera, fina pero blanda, de borde blanco y centro rojo, distinta de la madera de sus abuelas de troncos inmensos, bordes blancos delgados y corazones rojos más anchos.

Con su madera, se ha dedicado a representar eso que conoce tan bien, la fauna y flora llanera. Este trabajo, que le ha gustado desde joven y que aprendió a ejercer empíricamente, se benefició de las herramientas con las que se encontró al llegar de la montaña a Saravena: los sinfines, caladoras, pinceles y aerógrafos que sin duda le han permitido crear piezas más fieles y delicadas. Además, fue aquí donde conoció al maestro Joaquín Caballero, artista plástico que le enseñó a pintar con aerógrafo.

A los niños que no conocen los animales de los que él se hizo amigo en su infancia, les muestra sus versiones talladas. A quienes quieren aprender a tallar, les enseña. Ha dictado cursos en Fortul, Saravena, Cravo Norte y Arauca, a jóvenes y, particularmente, a personas con disparidades auditivas, visuales y del habla. Este generoso artesano posee un extenso conocimiento sobre los seres con lo que comparte la tierra. Conoce de memoria el canto de las pavas, guacharacas y los pahuiles, así como el sonido de becerro de los venados, y el olor que dejan los cajuches, marranos montañeros. Con su habilidad para la talla, que lleva cultivando más de veinte años, le da forma al pez raya, la cachama, el bocachico, bagre cajero y bagre rayado. Y con las habilidades que le fueron heredadas del maestro Caballero, les pinta las manchas, escamas y ojos, así como pinta cada una de las espinas de los puercoespines a los que conoció creciendo en la montaña. Le gusta, particularmente, hacer chigüiros. Dice que tienen una cara muy bonita, que seguramente sus clientes también aprecian, y por eso prefieren llevarse una figura de este animal. Cada una de sus piezas, hechas por sus hábiles manos, es el resultado del profundo conocimiento de este artesano, amante de su tierra araucana, quien la exalta gracias a su don para trabajar la madera.

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