Taller: Tzaze
Oficio: Trabajos en madera
Ruta: Ruta Guainía
Ubicación: Inírida, Guainía
Ferney habla de maderas duras y maderas blandas y luego las nombra. Una dura, el palosangre, es la que le trae uno de sus más lejanos recuerdos pues con éste hizo una guacamaya de cuarenta centímetros de alto cuando era apenas un jovencito. Suspira al contar que la perdió recientemente. Cuenta, además, que con maderas duras se inició en el arte del tallado, viendo a su padre y abuelo hacer los utensilios que se empleaban en la cocina y para la mesa. Dice que una madera dura siempre servirá para un plato o contenedor. Paradójicamente, vive de su trabajo con maderas blandas, haciendo piezas en palo boya, balso, sasafraz y parature.
Con éstas talla paisajes y se los ofrece a los turistas para que se lleven un pedacito de Guainía. Su vida como cazador, pescador y agricultor –todos oficios que hacen los hombres de la comunidad indígena piapoco, a la que pertenece– le han nutrido su imaginación artesana. Caminando la selva ha aprendido sobre las aves de su región, y aunque la guacamaya es la que más le piden tallar, se las conoce todas; allí también se ha topado con roedores de monte, como picures y lapas, y con cajuches, unas especies de cochinos salvajes que forman parte de su dieta y que disfruta tallando en sus maderas queridas. Así mismo, navegando el río Inírida ha pescado al mataguaro y al pavón, a la palometa, al bagre caribe, al guaracú, la mojarra, el bocachico y el bocón. Semejante abundancia le ha dado para hacer sartas de peces, es decir un atado de cuatro a seis peces tallados con sus pieles rayadas de dibujos espléndidos, ideales para decorar los hogares sin devastar el ecosistema.
Aunque está apenas en sus cuarentas lleva haciendo esto desde sus diez. Cuenta que su comunidad habitaba originalmente en el departamento del Vichada, y que se fue moviendo –muchas veces por problemas de seguridad– por el río hacia el Guaviare y terminó en Guainía; y que los piapoco, como cada etnia distinta, se identificaba con un animal: en su caso era el tucán. Explica, también, que su pueblo constaba de unas doce familias de ocho a diez personas cada una y que se les conocía como Tzaze. Finalmente recuerda que, por amenazas de reclutamiento forzado por parte de la guerrilla y, al tener su familia cuatro varones en plena adolescencia, sus padres decidieron huir y asentarse en Guainía. Aunque hoy sus propios hijos conocen y hablan la lengua piapoco, Ferney lamenta que sus padres no le enseñaron las costumbres rituales de su pueblo, así que éstas se han ido perdiendo.
Aprendió mirando detenidamente a los suyos. Viendo cómo los hombres elegían un trozo de madera, cómo tomaban los instrumentos y cómo empezaban a tallar. Le enseñaron a aprovechar la madera caída y no a tumbarla sin sentido. A cualquier trocito se le encontraba una forma, útil y bella. Quizá, también por eso, prefiere trabajar con las maderas blandas que crecen en arbustos a la orilla del río. Le gusta trabajar esas maderas “suavecitas” y llevarnos la selva a una talla. Es su forma de resistencia al olvido: plasmar su paisaje y mostrar su belleza y exuberancia para que nunca se nos borre del corazón que alguna vez pisamos su selva.
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