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Ofelia Marín y Alida Márquez

Taller: Ofelia: Centro de interpretacion del bejuco al canasto
Alida: Artesanias Márquez
Oficio: Cestería
Ruta: Ruta Risaralda-Quindío
Ubicación: Filandia, Eje Cafetero


Son hermanas, artesanas de tradición y orgullosamente filandeñas. Tienen grabado el recuerdo infantil de acompañar a su papá monte adentro en busca de los bejucos para tejer los canastos con los que la familia vivió desde siempre, cargándose dos o tres docenas al hombro para venderlos a pie entre Filandia y Quimbaya. Con sus nietos, ya van para la quinta generación de un oficio de la cestería que lleva más de un siglo en este pedacito del Eje Cafetero quindiano.

Cuando recuerdan esos arduos recorridos en los bosques, no solo las atraviesa la nostalgia de los viejos tiempos, sino que muestran la evidencia de una extracción de la materia prima que, por años, fue realizada de manera arrasadora por muchas personas, lo que ha llevado a que cada día haya que ir más lejos en su búsqueda.

Cuentan cómo es que se colgaban suavemente de los bejucos de cucharo o tripa e´perro para ir desprendiéndolos de sus árboles hospederos y lograr, de esta forma, los largueros de 20 metros que luego pelarían en tiras para tejer. El chusco, por su parte, es rastrero así que hay que levantarlo cuidadosamente del suelo hasta dejarlo sin raíces, nudos ni botones. Antaño se secaba el material ahumándolo con el humo de las estufas de carbón de leña, lo que, de paso, lo inmunizaba contra los bichos, pero los tiempos han cambiado y hoy se suele secar sobre andamios al sol. El primer secado le daba un tono caramelo a las fibras, mientras que el sol lo deja más blancuzco.

Cada proceso con sus ventajas, se apuran a decir, sabiendo que el tiempo va transformando las formas del trabajo. Justo por esos cambios, el pueblo también vivió un remezón cuando por allá en los años 60, se empezaron a reemplazar los típicos canastos recolectores de café por recipientes plásticos, lo que trastocó la economía regional y obligó a mirar nuevos horizontes para este trabajo de tejeduría artesanal. Ofelia lo define como un “mal necesario”, que llevó a Filandia a inventarse nuevos productos de cestería en donde los artesanos empezaron a tejer lámparas, jarrones, bandejas, baúles y todo cuanto se les pasara por la cabeza a los diseñadores o por los encargos de los turistas.

Esta artesana probó los tinturados de las fibras con hortalizas, plantas y semillas como la remolacha, el eucalipto y achiote y diseñó hasta vestuario de reinas con el tradicional bejuco, llevando a las pasarelas de Cartagena al loro orejiamarillo típico de la región. Por su parte, con la conciencia del cada día más regulado uso del bejuco, Alida se ha especializado en el tejido en calceta de plátano, una materia prima igualmente bella para tejer, pero mucho más asequible. Combina bejuco y guasca, experimentando cómo se ven de distintos e innovando en la artesanía. Ambas llevan en alto la tradición de su familia.

Ofelia, junto a su hijo Wilmar Jesús, con un ánimo encaminado a transmitir el saber, se inventaron el Centro de Interpretación del Bejuco al Canasto que, además de ser museo y mostrar el oficio en todos sus pasos, enseña de tejeduría y ofrece una amplia gama de productos. Y Alida, en el Barrio San José, le heredó el saber a su hija Jessica, quien sigue sus pasos y garantiza el legado con manos hábiles. Ambas saben que tienen un legado común, pero se alegran igual de estarle dando nuevos aires a sus artesanías gracias a las nuevas generaciones.

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