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Rosalba Gutiérrez y Lilia, Mayerlin, Mónica y Lorena de la Espriella

Taller: Crear Yurubaci
Oficio: Cestería y tejeduría
Ruta: Ruta Guainía
Ubicación: Inírida, Guainía


Las mujeres de tres generaciones de esta familia de la etnia cubeo han sabido conservar las enseñanzas de la abuela Emilia, ese poderoso ejemplo de vida y transmisión de saber que, a sus 97 años, recibió la medalla a la Maestría Artesanal. Rosalba, su hija, y sus nietas Lilia, Mayerlín, Mónica y Lorena, saben que tienen un legado que preservar y lo hacen con todo el corazón y con la responsabilidad de su propia historia. A su vez, las hijas del último linaje ya están en el aprendizaje del oficio de la tejeduría en fibras de moriche y chiquichiqui y la más chiquita, Salomé, ya demuestra que tiene el oficio en la sangre.

Aunque esta comunidad indígena vivió por años en el departamento del Vaupés, más exactamente en su capital, Mitú, la violencia los desplazó a finales de la década de 1990, asentándolos en el territorio de Guainía. Esa memoria la tienen presente las hijas, recordando el largo y difícil camino que significó el desarraigo del hogar y la conquista de uno nuevo. Hoy viven en Inírida, en el barrio Las Brisas, buscan seguir sembrando en los suyos el amor por la naturaleza convertida en artesanía.

Las nietas de doña Emilia hablan español pues fueron educadas en un internado regido por monjas quienes, además, les enseñaron a bordar y a hacer croché. Esos conocimientos se los han sumado al aprendizaje de la tejeduría en palma de moriche, oficio que le vieron hacer a sus padres, Rosalba y José, desde que eran niñas. Para la etnia cubeo, los objetos que para nosotros son artesanía, siguen siendo los implementos que utilizan para producir sus alimentos.

Recuerdan a su papá haciendo el sebucán, el rallador, el golpeador y el remo o canalete, todas herramientas tejidas con las cuales procesar la yuca brava con la que harán el casabe y el mañoco, productos esenciales de su dieta. A su vez, siempre vieron a Rosalba tejer el catumare, o el tradicional canasto en el cual se recolecta la yuca y que las mujeres llevan a la espalda con un cordón que se sostiene sobre la frente. Ellas son quienes cosechan los frutos en el conuco, o la chagra, un recorrido que les toma alrededor de dos horas de trayecto. También, son las responsables de hacer el budare, o esa gran plancha de arcilla sobre la cual se tuesta el mañoco y se hacen las tortas de casabe.

Cuando las oímos hablar queda claro que la cocina es fundamento de su cultura. La elaboración de todos estos canastos, brillantemente tejidos en fibra de moriche y de bejuco y a los cuales les han estado incrustando semillas de moriche en los ejercicios de innovación de diseño, son parte de su cotidianidad y ello garantiza su preservación. Aunque vivan en un barrio citadino, la ritualidad de ir a la chagra, monte adentro, persiste, así como todo el trabajo artesanal que hacen hombres y mujeres para procesar la yuca brava: eliminarle el veneno hasta hacerla materia para beber y comer. Así mismo, usar el bejuco para envolver el bunuju o bagre y, luego ahumarlo a la parrilla.

Todo cuanto hacen tiene sentido y mucho de poesía, como una de las puntadas de sus bolsos y que conocen como “el camino del bachaco”. Se trata de una hormiga roja que sabe a limonaria y que, al caminar, deja marcado su paso. A ellas les rinden tributo en un dibujo. Es parte de la misión que se trazaron las mujeres de esta familia: intentar por todos los medios de que su cultura cubeo no se apague.

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