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Wilmer Osvaldo Pulido Rodríguez

Taller: Ruanas y tejidos Paipa
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Paipa - Iza
Ubicación: Paipa, Boyacá


A Wilmer hay que pararlo porque, cuando menos lo pensamos, nos ha colmado de información y toda es tan interesante que ya no sabemos quién es quién en su historia, si Vicente es el abuelo o el bisabuelo, que cuál de los Aurelios es el homónimo del otro y fue profesor de tejeduría en el Sena, si eran las abuelas maternas o las paternas las hilanderas y si la tía Elvira fue la que se echó al hombro a su familia cuando no tenía edad para ello, pero nadie le preguntó si podría hacerse a cargo o no al ser la segunda de nueve hermanos. Y se ríe porque sabe que habla rápido y también para ello tiene una respuesta: seguramente se lo heredé al tío Dimas, que dicen que tenía fama de volar con la lengua. Luego nos contará que también el tío fue el músico de la familia.

Así que a Wilmer hay que irle preguntando para que desenrede la pita de su historia porque es larga y bella. Conmovedora, también. Y sí, si era la tía Elvira la que vio por sus hermanitos y tuvo que arreciar el carácter porque la vida se lo exigió. Y sí, ella era una gran tejedora, como todas y todos en la familia, una que nació rodeada de ovejas entre Paipa y Sotaquirá. Pero lo hacían no porque les causara el gusto que le produce a él, casi 90 años después de iniciada la estirpe Pulido, sino por física necesidad porque sí que vivieron la pobreza. La lana hilada y tejida era la que les daba el poquito de más que les hacía falta para comprar lo que la tierra no les ofrecía, y la carne que, muy de vez en cuando, llegaba a la mesa.

Y entonces llega algo que llena el relato de Wilmer, y es la denuncia permanente de una de las formas más silenciosas de las violencias: la falta de autonomía económica de las mujeres campesinas y artesanas tejedoras de su familia. Y de su región. Se atreve a extender el comentario porque lo obsesiona y porque la vida lo juntó con Diana Constanza Pérez, su esposa, socióloga de profesión y bordadora de corazón, con quien comparten la vocación de la justicia. Habla con ímpetu, más por la intranquilidad de saber que lo que narra sigue pasando, que porque se sienta como un historiador que habla de un pasado de humillación enterrado y superado. Cuenta que no hace tanto, un par de años apenas, todavía tenía que esconderle el dinero de la lana a una hilandera para que su marido no se lo quitara para bebérselo. No puede negarlo, son las mujeres que lo rodean, en pasado y en presente, las que lo han inspirado a llegar adonde ha llegado.

Pero decirlo algo que le ha costado años de elaboración. Ahora que lo cuenta, sabe que estudió Derecho, los siete semestres que cursó, porque quería defender a los más débiles. Pero el trabajo que le resultó fue, contrariamente a su deseo, despojando de sus casas, con argumentos jurídicos, a los que menos tenían. Hizo dinero, pero lo lloraba todas las noches. Hasta que no pudo más. Así que se regresó a Paipa y trató de recuperar la coherencia. Hacerlo, sin embargo, no le ha sido fácil, porque, muchas veces, a las buenas ideas es difícil alimentarlas. Porque sembrar una lechuga orgánica le salía más caro que lo que recibía por ella. Luego, una campesina le preguntaba que cómo pretendía que reciclara agua y todos esos cuentos ambientales, si no tenía con qué comer. Fue una etapa de inmensos dilemas, en donde conocer a su esposa le dio el impulso que necesitaba para seguir adelante, pues ahora eran dos con la voluntad de hacer del romanticismo un asunto práctico. Y fue así como llegaron al modelo de negocio que hoy promueven.

Si el tema era la independencia económica de las mujeres, esa sería su búsqueda. Y todo un circuito: si las mujeres ven que todo el esfuerzo que significa preparar la lana se ve dignamente recompensado, y bien pagado, lo hacen con gusto y alegría y, si están felices, hilan mejor y el producto es mejor. Y si éste es mejor, vale más. Una ecuación tan simple y contundente que han logrado sostener abriendo un mercado en Paipa de compradores de un mayor perfil económico. Buscan a esa persona consciente del trabajo y con el deseo de, no solo llevarse una pieza excelsa, sino de aportarles autonomía a las mujeres. A esa suma ganadora le han sumado diseño e innovación. Wilmer está tejiendo bicirruanas, honrando el uso de la ruana en quienes montan en bici, así como haciendo la capa inglesa, un portento con botones que es de lo más elegante. Juega, explora, experimenta, pero siempre con la misión de darles a quienes se ocupan de preparar la materia prima lo que se merecen. Así ha podido conciliar el sueño y agradecerles a las mujeres de su vida que le señalaran, con claridad, qué significa la dignidad.

Artesanos de la ruta

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