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Ruth Polo

Taller: Copoarte
Oficio: Alfarería y cerámica
Ruta: Ruta Huila
Ubicación: Pitalito, Huila


Todo empezó con una niña a la que le gustaba jugar con el barro negro que las hormigas dejaban al rededor de su hormiguero. Era la menor de diez hijos. Hacía ollitas y palomitas y se las vendía a sus hermanos mayores. Cuando esta niña, Ruth Polo, cumplió ocho años, entro a trabajar con los Vargas, una familia de alfareros que había llegado de Garzón a Pitalito, y que empezó a fabricar las tradicionales chivas. Los hermanos de Ruth ya trabajan con los Vargas y cuando ella iba a llevarles el almuerzo y los veía usando la arcilla, quiso probar el llamativo material. Estudiaba medio día y por la tarde era aprendiz de alfarería, y así fue por cinco años, pues al cumplir los trece montó su propio taller en la casa de su madre y empezó a hacer sus orquídeas, frutas y flores. Le fue bien, sus maestros le encargaban piezas y con el tiempo pudo contratar a dos trabajadores y empezar a vender en las ferias artesanales de Pitalito, Medellín, Neiva y Bogotá.

En su taller son imprescindibles la espátula de guadua y la cuchilla, con las que modela cada elemento miniatura de sus escenas de ranchos y nacimientos. Los recuerdos de su infancia en la finca de su familia en Solarte han sido la inspiración de sus cerámicas costumbristas. Ruth recuerda la casa de bahareque y guadua, los techos de zinc, el molino, el pilón, el horno de leña sobre el que se calentaba el chocolate hasta regarse, las vasijas esmaltadas, las orquídeas y la sábila con una cinta morada que adornaba la pared. Recuerda también a las personas, a su madre que horneaba pan y rosquitas y se las ofrecía con un tinto a los visitantes, que se sentaban en el escaño, un mueble que había en toda casa de campo. Las personas y las cosas, todos sus recuerdos, se ven reflejados en sus piezas. Por esto, vale la pena mirar de cerca los detalles de sus nacimientos inspirados en las regiones del país: el huilense, paisa, boyacense o costeño. En el huilense, por ejemplo, la Virgen María viste la blusa blanca con boleros y bordes dorados del sanjuanero, San José viste el traje típico blanco, con rabo de gallo rojo, sombrero y alpargatas, los reyes magos traen el asado huilense, los tamales, la chicha y la lechona, y el ángel, que viene con su guitarra, musicaliza el nacimiento del niño que tiene puesta una camisita sin mangas porque claro, en el Huila hace calor.

A Ruth todavía le gusta trabajar con la arcilla como si estuviera jugando y tiene un ojo especial para los detalles. Como armando una casita de muñecas arma sus escenas, y le da vida a quienes habitarán esas casitas: las muñecas campesinas. Les modela distintos peinados, con un moño torcido o encima de la cabeza, con una o varias trenzas. Hace a la vendedora de pan o a la vendedora de flores que lleva en su canasto todo lo que tiene Ruth en su jardín: azucenas, rosas, margaritas, claveles o aves del paraíso. Después de modelar cada flor, brazo y uña, quema las piezas sueltas y las pinta con vinilo, las sella con impermeabilizaste, y por último las ensambla. Trabaja con su familia, su esposo Germán Collazos, su hijo Germán y su hija Tatiana, quien le ayuda a pintar. A su nieto de nueve años, Johan Camilo, también le gusta jugar con la arcilla, y nada la llenaría más de orgullo que verlo seguir los pasos de la abuela.

Así como le enseñó a Johan Camilo, le ha enseñado a niños en las escuelas y en las casas del Bienestar Familiar. Ha tenido también la experiencia de dictar un curso para los indígenas Ynaconas de Palestina, Huila. Les muestra su forma de trabajar y les transmite el espíritu juguetón con el que se sumerge en su oficio. Los invita a representar lo que los rodea, sus cultivos y comida: el tabaco, la pipa y la espiga, el maíz y los kioscos con techos en yaripá, y al mismo tiempo aprende de ellos sobre los colores su tierra, pues la arcilla varía y depende del lugar en el que se viva, haciendo de esta una disciplina tan extensa como todo el barro que hay en el planeta.

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