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Jaime Ledesma

Taller: Taller Huellas Ancestrales
Oficio: Trabajo en piedra
Ruta: Ruta Huila
Ubicación: San Agustín, Huila


En el lecho del río Magdalena, muy cerca de su nacimiento, yacen piedras grisáceas de distintas calidades y tamaños: areniscas, barrosas, resistentes, pequeñas y gigantes. Unas son más oscuras que otras o tienen vetas blancas, pintas amarillas o verdosas, e incluso rosadas. En temporadas de agua baja, el río deja ver lo que tiene en el fondo. Es entonces cuando los artesanos, conocedores de los tiempos del río, bajan a buscar su materia prima. Jaime Ledesma, tallador en piedra, busca las de tonos rosados o verdes, sus favoritas. El suyo es un trabajo que requiere de fuerza, para mover y levantar las piedras, llevarlas del río a la camioneta que espera parqueada en la orilla, y para cincelarlas hasta dar con la forma que tienen dentro: el recipiente que el artesano revela de entre la roca. Es también un trabajo ligado al tiempo: el que le tomó al agua redondear y suavizar las piedras del lecho de su río, y el que hay que conocer para saber cuándo ha bajado el caudal y se puede ir por ellas. Es, además, un trabajo que avanza como las piedras pesadas, lentamente, pues también hay que saber descansar de él cuando el sonido de la pulidora y los cinceles aturden los oídos y la mente.

Jaime Ledesma se inició en el oficio hace quince años, después de haber ido con su compañera de paseo a la vereda El Jabón, en San Agustín, Huila, y haber visto a un muchacho tallar una piedra porosa con una puntilla y un martillo. Juntos, decidieron intentarlo. Jaime trabajaba en construcción y ya tenían la pulidora. Aprendieron por su cuenta, iban a eventos artesanales para descifrar cómo estaban hechas las piezas e iban a ver la estatuaria del parque arqueológico de San Agustín, esas monumentales figuras de humanos y animales talladas en bloques de piedra volcánica. También veían a otros trabajar, y nos les faltaban referentes, pues su tierra es una cuna de talladores. Así fueron recogiendo e intercambiando ideas para perfeccionar su técnica. Después de años de trabajo duro y dedicado, Jaime cumplió su sueño de tener un taller y una tienda junto a su casa. Queda en la vía Pitalito-San Agustín y allí trabaja junto a su compañera Irene Anacona y su hija Marta Botina, Liseth Cruz Botina y Jaiber Botina. Entre todos hacen recipientes de una simetría impresionante.

A quien llega a su taller lo recibe la figura de un escultor de piedra empuñando su cincel y dos jardines. Uno es el de las flores, el plátano, y el frijol, y el otro es el de las piedras, de donde vuelven a escoger las que trajeron del río. Las marcan, cortan con máquinas, pulen y cincelan para hacer molcajetes, salseras y ceniceros. Después de años de trabajo, Jaime sabe cuáles piedras le sirven para cada pieza, un conocimiento que solo se obtiene a través de la experiencia y del que está orgulloso. Reconoce los frutos de su esfuerzo cuando va a las ferias artesanales de Pitalito, Medellín, Maizales, Popayán, Neiva y Bogotá, y tiene la oportunidad de conocer a nuevas personas y lugares. Como él dice, si no hubiera sabido tallar la piedra, no estaría mirando cosas nuevas.

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