Taller: Artesanías típicas Avelino Moreno
Oficio: Luthería
Ruta: Ruta Casanare
Ubicación: Tauramena, Casanare
El que sabe sabe y Avelino lo sabe. Cuando se nace con la música en la sangre nada detendrá su curso, ni siquiera el silencio del hogar o la falta de instrumentos que tocar. Para él, por ejemplo, la conciencia de la música empezó temprano, cuando oía a los mayores tocar la guitarra y entonar alguna canción de vaquería en las labores del campo, se les acercaba lo que más podía, seducido por esos lamentos bellos. Luego, cuando empezó a trabajar, entendió que buscaba jornalear en lugares con un río cerca donde bañarse, un televisor en blanco y negro para curiosear el acontecer y, lo más importante de todo, en donde hubiera instrumentos que encendieran las tardes con canciones llaneras.
Ese gusto por la música de su tierra lo descubrió al toparse con las emisoras radiales. Radio Táchira y La voz del Cinaruco le presentaron el joropo en su magnífica abundancia. Aprendería a trabajar el cacho, el hueso y la madera, para hacer collarcitos y accesorios que vendía para que nunca la faltaran las pilas a su pequeño transistor, ese que le decoraba sus noches y madrugadas con los arrullos que tanto le gustan, como una de esas primeras canciones de Juan Farfán que se le grabarían en el corazón: “Los turpiales de arrendajo cantaban muy lamentados, volaban de rama en rama y se quedaban callados, contemplando y apreciando lo triste que es un guayabo…”.
Cuando se narra, plagado de detalles y recuerdos que lo convierten en un contador de historias excepcional, sabe que todo empezó al acostarse en un chinchorro cuando era apenas un niño. Con la cabeza descolgada en descanso, el movimiento lento produjo un sonido de cuerdas que fue, para él, un acorde que nunca más se le despegaría. A partir de ahí, se trazó la meta de alcanzar la música. Al no contar con instrumentos, ni tenerlos cerca, recurrió a la memoria de su hermano, otro de los músicos de la familia, quien, acompañando a su mamá a alfabetizarse, tuvo la oportunidad de ver al cantautor Dúmar Aljure Rivas dictando clases de bandola. Al regresar a la casa le enseñaba el movimiento que había visto de la mano sobre las cuerdas, rascaban un pedazo de madera al que imaginaban como instrumento. Luego, el impulso los llevó a tallar, tensar el nylon de los chinchorros como cuerdas e idearse unas clavijas para inventarse una bandola. Hacían lo que fuera para tratar de alcanzar el sonido. Hasta que llegaron a él.
Muchos años han pasado desde que se compró, con arduo trabajo, su primer cuatro, cuando tenía 16 años. También, desde que vio por primera vez, también por esas fechas juveniles, un instrumento cuya caja de resonancia era un totumo. Se trataba de la cirrampla y el furruco, instrumentos típicos de la región y de los que se convertiría luego en fabricante. Además, tiene clarísimo cuando tuvo un buen instrumento en sus manos y se dio a la tarea de desarmarlo completamente para volverlo a armar y llegar al sonido perfecto de la nota del RE mayor. Pero fue casi llegando a sus treintas, cuando ya estaba casado y vio que lo de la música definitivamente era lo suyo, que se dedicó a fabricar instrumentos. Primero los aprendió a arreglar y luego, con todo ese conocimiento que había acumulado en la juventud, los empezó a hacer, volviéndose un reputado luthier y fabricante.
Al tener dominada la elaboración de los instrumentos de cuerdas tradicionales en la música llanera, cuatros, bandolas y mandolinas, se aventuró a recuperar los ancestrales, la cirrampla y el furruco, instrumentos que producen los sonidos bajos del conjunto. Hoy, sabe que es una autoridad en el tema y que, gracias a su trabajo y la promoción que de éste se ha hecho, esos instrumentos están lejos de volverse piezas de museo.
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