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Juan Miguel Molina

Taller: Manzor
Oficio: Trabajos en madera
Ruta: Ruta Casanare
Ubicación: Yopal, Casanare


AGENDA TU VISITA

  Km 24 vía Matepantano vereda El Tiestal, Yopal, Casanare
  Juan Miguel: 3105505837
  Adriana (esposa): 3115044731
  Manzor: 3148555339
  juanmiguel_molina@yahoo.es
  @manzordesignwood
  @people/Manzor-Design-Wood/100063476411653

Este chileno se siente mucho más colombiano que muchos de los nuestros. Ama el país y lo conoce como la palma de su mano, habiéndolo recorrido de arriba abajo, haciendo labores humanitarias y de desarrollo, en esos días tan complicados de nuestra historia reciente durante la década del 90 y comienzos del 2000. Sabe de qué se está hablando cuando se menciona el desplazamiento forzado pues lo vio de primera mano cuando asistió a víctimas de los Montes de María, Córdoba, Sucre, Antioquia, Urabá, Chocó, Putumayo, Caquetá, Tolima y Huila.

También lo tiene claro porque él mismo debió exilarse de su país que, en tiempos de Pinochet, le desaparecieron a su esposa y lo hicieron huir del Chile para salvar el pellejo, “por ser un elemento peligroso para la dictadura, por pensar en democracia, por pensar en libertad, por pensar en equidad, por pensar en inclusión”, cuenta como si narrara algo ya muy muy lejano. Esa vena social, sin embargo, de interés por el otro, la tiene grabada en la piel. Es su ADN.

La artesanía llegó, así, como un refugio. No solo le hizo recuperar una memoria de la juventud en la que el trabajo con las manos le permitió pagarse sus estudios, sino que le construyó el escenario donde le daría una nueva oportunidad al amor. Dice que sin Adriana no es nada y asegura que “detrás de toda gran mujer siempre hay un buen hombre”, acomodando el refrán de hombre enamorado. Con ella fundó un paraíso de cinco y media hectáreas, a las afueras de Yopal, vecino a un parque ecoturístico y en donde tiene sembradas madera de teca y caracaro. Juntos hacen mobiliario, lámparas, objetos decorativos y goloserías.

Lo de la teca tiene su historia. No solo le parece una madera noble y bella, y tan fuerte que puede incluso resistir un incendio en un bosque, sino que le resulta una metáfora para siempre recordar a su papá. Un día, viéndolo un poco decaído –algo raro pues siempre mantenía como un roble– lo retó a que llegara a los cien años, a lo que el viejo le respondió, desafiándolo a su turno, que el que no llegaría sería él. Efectivamente, le mandó a decir con su hermano cura que había ganado la apuesta, pues sí llegó a los 100. Murió a los ocho días de cumplido el siglo. Así que, para Juan Miguel, esta madera de largo crecimiento y vida, será su compañera para alcanzar la longevidad.

Por si fuera poco de mensajes, le pusieron Kaliawiri a su taller, rememorando el mito sikuani del árbol de la vida, ese del que pendían todos los alimentos y al que los animales, tras mucho insistir, logran tumbar, y cuya caída sobre el Río Orinoco riega su mar de semillas y puebla este territorio de una rica despensa de todo lo que el hombre necesita para vivir. Con mil cuentos, Juan Miguel, Juanito como le dicen por allá, vive tocando esa madera que honra, la inmuniza, la lija decenas de veces, le agradece y la embellece. Al samán le encuentra sus vetas bellas y usa el palo de mango viejo o la ceiba y el cucharo para hacer piezas más pequeñas, como percheros, espejos o lámparas.

Adriana lo acompaña en todas sus aventuras, siempre plagadas de curiosidad. Están haciendo de su finca un lugar para numerosas experiencias, como aprender a hacer jabones, ser granjero por un día o hacer avistamiento de aves –han clasificado 140 solo en sus predios. Además, producen mermelada, cúrcuma y follaje para floristería. Hasta con guardería canina cuentan. Todo un universo en donde la alegría y la belleza son las que rigen sus días.

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