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José Guadalupe y Davison Yesid Barragán

Taller: Maracas Barragán
Oficio: Luthería
Ruta: Ruta Casanare
Ubicación: Yopal, Casanare


AGENDA TU VISITA

  Carrera 18 # 34- 30 Barrio 20 de Julio, Yopal, Casanare
  José: 3112294010
  Yesid: 3108999053
  barragan.apulso@gmail.com
  @maracasbarragan
  @maracas.barragan

Este par de hermanos tienen un abuelo famoso, esencial para contar la historia de esta zona del país: Guadalupe Salcedo, el llamado Libertario de los Llanos, comandante supremo de las guerrillas liberales que se formaron en este territorio para luchar contra el ejército conservador y los sangrientos grupos de autodefensa de Los Chulavitas, durante la tristemente célebre época de la Violencia a mediados del siglo XX. Es de todos conocida su vida política y militante, pero lo que quizá no es tan reconocido es que su travesía la acompañaba con música llanera: tocaba el tiple, el cuatro y la guitarra, cantaba y hasta trovaba. Los más viejos recuerdan los corridos en donde relataba sus hazañas en el campo de batalla.

Esa sangre musical se la transmitió a todo su legado, empezando por su propia hija, Dolly Salcedo, madre de José Guadalupe, Horacio, William, César y Yesid Barragán, todos reputados músicos, casanareños a mucho honor, miembros de la famosísima agrupación Guadalupe Joropo Fresco. Dos de ellos, José Guadalupe y Yesid, además, se han dedicado a un arte muy particular: hacer maracas.

Lejos de cualquier imaginario de un instrumento simple que alegra las novenas de fin de año, las maracas tienen un rol muy definido en la música llanera: ser el bajo del conjunto, uno que se acompaña con arpa, cuatro y bandola. Es un instrumento natural, como lo definen estos dos músicos luteros, al tener como caja de resonancia la semilla del totumo, o táparo, como se le conoce en Los Llanos y en la vecina Venezuela, en donde su práctica musical se conserva intacta. Cuentan que como nunca habrá un totumo igual que el otro, lo que permite que tengan un sonido equilibrado el par de maracas son las semillas que se les ponen adentro y que ellos, hábilmente, afinarán gracias a la maestría del oficio. Y de su oído musical.

Se apasionan mientras hablan de las semillas de capacho y de espuma de sapo, las primeras un poco más grandes que las segundas, materias con las cuales rellenan los táparos y, según el movimiento que se haga con las manos, producirán una sonoridad distinta que permite el acompañamiento musical que se requiera. Es lindo oírlos cómo explican algo tan abstracto como el sonido, pero tienen su registro tan claro que cuentan que, por ejemplo, la semilla de capacho le da gran volumen al instrumento, hace que suene potente y es, lo que para ellos representa “el brillo” de la melodía. Por su parte, las pepas de espuma de sapo, al ser un poco más pequeñas, producen un sonido un poco más pasivo, más grave o neutro, un ritmo continuo que ellos llaman “pastosito”.

Estar con ellos es aprender a oír con detenimiento. Descubrir de qué y cómo está construido un instrumento musical y, percatarse de su evolución. Allí se detienen para explicar que la maraca nació con su palo fijo –con la que se sostiene, y que aún se conserva–, para darle paso a la maraca de palo cruzado, uno que atraviesa el totumo y le ofrece al músico nuevas posibilidades melódicas. Además, permite sorprenderse de las muchas formas cómo se pueden mover las manos con las maracas, casi como si de un baile se tratara, y sentir, así, mil sonidos distintos. Guadalupe cuenta que cuando empezó a entrenarse en el arte de su interpretación estudiaba entre seis y ocho horas diarias. No por nada es uno de los maraqueros más importantes del Casanare, uno que ha grabado más de tres mil temas y ha acompañado a músicos tan famosos como Walter Silva, Dúmar Aljure o el Cholo Valderrama.

Estos músicos aman lo que hacen y quieren compartírselo a quien los quiera oír. Solo viéndolos será posible entender esto de “regar la semilla”, o “repicarla” así como “hacer floreos” o “escobillados”, un universo del lenguaje y del sonido que abre las puertas de toda una cultura.

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