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Claudia Marleny Ramírez

Taller: Mutecypa mujeres tejedoras de cultura
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Ipiales - Tumaco
Ubicación: Córdoba, Nariño


El tejido cobra un sentido distinto cuando se lo aprecia a profundidad, no solo como un medio para vestirnos, sino como un sistema de transmisión de saberes. Esto lo entiende a la perfección Claudia Marleny, una artesana a quien desde muy pequeña su madre, María Oliva Ramírez, le enseñó a leer y a escribir en la urdimbre, entendiendo que los hilos son un medio para codificar el pensamiento y el sentimiento, y trabajar la dualidad y armonía de la familia. La lana simboliza el alma del indígena, es esa materia prima que desde tiempos pasados hasta el instante presente se ha convertido en hilos de sabiduría. Sus abuelos y su abuela, Emerita Velázquez, le mostraron las correspondencias entre el oficio y la vida: tejiendo se vive, y se debe aprender a hacerlo uniendo los lazos de hombres y mujeres con lana del corazón y objetos hechos de amor. Así, el hilado que no sale parejo sino como las tripitas de un cuy se parece a los altibajos de la vida, que hay que enfrentar con valores y honor, y entonces el hilado saldrá fino. Desde que Claudia Marleny aprendió a usar la guanga, esa herramienta andina femenina —cuyos cuatro bordes representan el agua, fuego, aire y tierra—, dibuja su querido Sol de los Pastos, símbolo de ocho puntas que le habla de su territorio, su familia y amigos, y de la riqueza espiritual, educación y fiestas cósmicas de su pueblo. 

El tejido cobra un sentido aún más amplio cuando nos damos cuenta de que, en la comunidad de Males, ha sido una herramienta para hacer respetar los derechos de las mujeres. Después de ver cómo las asociaciones de tejedoras se disolvían al poco tiempo de constituirse, Claudia Marleny quiso hacer las cosas de otra forma. Vio en las ruanas, los chumbes y las mochilas una oportunidad para enfrentar las violencias sufridas por las mujeres en su resguardo indigena, afectadas por el machismo, la discriminación y los feminicidios. Empezó a convocarlas para tejer y, mientras estaban concentradas en su labor, les hablaba de su propio valor, tal y como su madre y abuela le habían enseñado. Ese ambiente de comunión se convirtió en el lugar donde podían hablar de lo que les pasaba, aconsejarse y acompañarse. Además de compartir sus conocimientos, podían compartir sus vivencias. Si el tejido era un símbolo de la armonía entre los hombres y las mujeres, su práctica ayudaría a balancear la situación que estaban viviendo. 

Así fue como, poco a poco, las fue convenciendo de que juntas podían encontrar el mercado para sus tejidos, salir a ferias y vivir de la artesanía. Después de haber constituido el grupo asociativo Mutecipa, y de llevar años trabajando con las tejedoras, Claudia Marleny puede decir que ya no son las mujeres sumisas que eran antes. Ahora le dan el lugar que merecen a sus técnicas y se esmeran por perfeccionarlas. La lana que antes quemaban para no encartarse si no la vendían, es ahora su tesoro, tiene un precio y un fin concreto pues, como dicen, si una taza de papa se daña en una semana, una ruana dura años. 

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