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Alejandro Mesa López

Taller: Típicos de bambú
Oficio: Trabajos en no maderables
Ruta: Ruta Risaralda-Quindío
Ubicación: Santa Rosa del Cabal, Eje Cafetero


Hubo un tiempo en el que la guadua y el bambú no tenían el valor que tienen hoy. Eran consideradas maderas sencillas que resolvían la miseria de muchos como solución de vivienda temporal. Pero en 2011 vino la declaratoria de la Unesco del Paisaje Cultural Cafetero y todo cambió. Por fin se empezaron a ver con otros ojos, más generosos ante la hermosura de esas varas firmes y flexibles que probaron ser un material prodigioso para la construcción.

Todo quien reparaba en las matas de café veía que, cerquita, crecían esos guaduales frondosos y que, allí dentro de esos bosques, habitaban aves, culebras y musgos, y que el agua los atravesaba. Y se fijaron en ellos con entusiasmo y cuidado. Con esta historia creció Alejandro Mesa, carpintero de Santa Rosa de Cabal, hijo de papá artesano, quien, antes de volverse artesano él mismo, estudió Filosofía, carrera que se costeó con la guadua.

Le gusta preguntarse las cosas, mirarlas con detenimiento, entenderlas y estudiarlas. Quizá por eso su fascinación con estos cambios de percepción de la gente, y cómo un “chamizo” se convirtió en magia para los arquitectos y diseñadores. Recuerda que cuando niño le ayudaba a su papá a lijar los bastones de bambú que vendía y cómo en Santa Rosa abundaban –todavía hoy– artesanos de la madera, los hacedores de bateas, los talladores de balcones y aquellos que trabajaban la guadua.

Casi todos vivían en la ciudadela artesanal, una en la cual crecía, abundantemente, un guadual que aún hoy es el tesoro del barrio, su reservorio de agua, el refugio de muchos, el lugar que aprendieron a cuidar y a querer y que es paseo obligado para quien los visita y quiere ver de primera mano esas tremendas varas. Se animó tarde a perfeccionar el oficio, pero, con todo, lleva ya casi dos décadas entendiendo la guadua, trabajando su dureza, esa que gasta cuchillas frecuentemente en su intento por dominarla y que no es otra cosa que pura madera fina.

Le ha gustado adentrarse en su mundo, desde la siembra y el corte que, precisa, tiene tiempos específicos que se van leyendo a través de los hongos de la madera, y el secado, también distinto para los productos que se necesiten, biche para la cestería, por ejemplo, o jecha (madura) para construir. Su especialidad son los estuches para confites, para turrones, pero, dada la versatilidad de la guadua, también hace cucharas para ensalada, cortinas, lámparas, cañas de pescar, ceniceros, botelleros y baúles. Anhela volver a ver turistas en el pueblo para que disfruten no solo de las termales y el exquisito chorizo santarrosano, sino para que descubran las bellezas de la guadua.

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