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Beatriz Epieyú

Taller: Taller Jurunao
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Riohacha - Nazareth
Ubicación: Manaure, La Guajira


Hay un nombre que sobrevuela encima de Beatriz Epieyú de manera permanente e intensa. Se le cuela como los sueños que se les aparecen a los wayuus como parte de la naturaleza de su cosmogonía. Se trata del de la señora María Antonia, su abuela materna. Si bien el de su madre, Josefita como la llama con cariño, es esencial, pues cómo no, a la hora de señalar las influencias y la formación de su carácter, se las debe a la mayor de la familia.

Cuenta que a sus 12, cuando se desarrolló, algo que en su cultura es determinante y transicional, su mamá llamó a María Antonia y le anunció la llegada de la adultez. Ésta, de inmediato, le dijo que ya iba por ella, y que se la llevaría por un tiempo a su propia ranchería. Sabía que, si no lo hacía, su mamá la apechicharía en consentimientos y cariñitos. Así que, en ese momento, la abuela tomaba a cargo su paso a una nueva vida con aprendizajes y consejos que hoy, al mencionarlos, ve lo fundamentales que le resultaron.

La manera como narra aquellos días está colmada de reverencia. Por las palabras y los hechos vividos, empezando por los tres baños que le hacía tomar al día, el primero de ellos a las 3 de la madrugada, así como la ingesta de bebidas que la hacían vomitar, algo que su abuela le daba para que vomitara cualquier “futuro malo”, como se lo decía sin posibilidad de réplica. Fue duro, durísimo, recuerda, porque la severidad de las palabras sobre el buen y el mal camino era algo que para una niña tan pequeña resultaba difícil de entender. María Antonia le explicaba la vida sin haberla vivido todavía.

Y así, insistía en esa necesidad de aprender a valerse por ella misma, de nunca depender de un hombre para nada, de sometérsele, de arrodillársele. Sus palabras, cuando las repite ahora en sus cuarentas, fuertes y claras como se las escuchó a su abuela, le abonaron el camino para ser la lideresa que es hoy. Y no puede más que agradecérselo todo. Porque le enseñó a pisar fuerte, porque luego entendería que ella, que era la más pequeña de las hijas de Josefita, había sido la elegida para seguir con el legado de los Epieyú. Por eso, tejer es más que un oficio, es, el significado de la libertad.

Con la responsabilidad de velar por su familia, la abuela le hizo prometer que aprendería a tejer el chinchorro y la mochila, para nunca abandonar a los suyos, ni dejarlos sin empleo. La hizo jurarle que gestionaría todo para que nunca, ninguno de ellos, pasara necesidades. Y así lo ha hecho. Por eso, al oírla, se siente a una mujer madura, consciente de su papel en la tierra, con un universo en sus hombros, pero por ello mismo, preparada con la fuerza necesaria para resistirlo.

En ese trasegar se ha dedicado a tejer comunidad. Hoy su meta es formalizar a un grupo de artesanos y artesanas que tienen en los oficios una forma de vida. Está constituyendo un punto de acopio y kiosko turístico en el que puedan ofrecer sus productos con una mejor exposición que vendiéndolos a mal precio en la plaza de mercado de Riohacha. Porque eso que ha hecho con su familia, se lo puso también como misión con su propia comunidad. Y aunque es complejo, ella sabe cómo caminar por el terreno duro, su abuela María Antonia se lo enseñó a hacer muy bien, así que, sobrevolándola, sabe que le irá muy muy bien en esa tarea, porque así se lo encomendó a su nieta. Y así será.

Artesanos de la ruta

Artesanos de la ruta

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