Taller: Ardehigue
Oficio: Trabajos en madera
Ruta: Ruta Sucre
Ubicación: San Onofre, Sucre
Carmelo Castillo Ruiz dice que Dios le tenía guardado su don porque se lo entregó después de que no tenía más opciones. Había hecho cursos y capacitaciones con el Ministerio de Agricultura y el Fondo Mixto de la Cultura y sentía que iba a pasar anónimamente por el mundo hasta que, después de intentos y fracasos, encontró talla en madera. Desde que tiene uso de razón, en San Onofre siempre ha habido artesanos de la madera y el balay, pero a él no le llegó esta tradición por herencia sino por una capacitación que hizo con Artesanías de Colombia a los veintiocho años. Ahora, entrando en los cuarenta, habla de su oficio, la talla en madera en alto y bajo relieve, con amor en los ojos.
Desde que empieza el día está pensando en las herramientas que usará en el taller, el lugar en el que se va a sentar y la pieza que trabajará. Se levanta, se baña, se cepilla y se toma un tinto en su taza tallada en madera de colorado. Trabaja en el taller ARDEHIGUE (Artesanos De Higuerón), la organización a la que están asociadas 17 personas y con quienes lleva en el trajín desde el 2011. Juntos han viajado a mostrar su trabajo en ferias, entre ellas, Expoartesanías en Bogotá. En el taller hacen mobiliario, camas y puertas, pero Carmelo se ha centrado en las artesanías decorativas para mesa y cocina. Usa la ceiba tolúa, el colorado —que se distingue por su vena naranja—, y la teca. En el pueblo saben que es artesano y le avisan cuando se cae un árbol en las fincas vecinas. Va con su sierra, lo corta de la medida que necesita y consigue un tractor que transporte la madera hasta su taller. Una vez en el taller pasa los trozos por la sierra, la canteadora y la cepilladora antes de marcar con una plantilla el diseño en la madera, que después ahueca haciéndole marcas con la sierra y devastando con las gubias.
Dice que el medio —la naturaleza que lo rodea— le da la inspiración. Puede que de camino al taller vea una hoja, un animal, un insecto y entonces empieza el reto creativo: encontrar la manera de representar lo que se le apareció usando la madera. Mantiene con cartulinas y raya por aquí y por allá hasta que logra trazar el diseño correcto. Son populares sus recipientes con bejuco tejido en el borde, una co-creación de Carmelo y el diseñador con el que trabajó en el proyecto Orígenes de Artesanías de Colombia. El mismo bejuco trepador era usado tradicionalmente en San Onofre para hacer el balay, canasto con el que se ventea el arroz para sacar los granos vanos y dejar los buenos. Ahora se usan las máquinas piladoras para escoger el arroz, un cultivo popular en la región, que el mismo Carmelo cultiva en junio y julio y cosecha en diciembre. Además del arroz, siembra yuca, ñame, ajonjolí, maíz y fríjol.
El bejuco lo integró recientemente a sus recipientes en forma de tortuga, que ahora lo llevan tejido en el borde. Estos son una muestra de la fidelidad con la que Carmelo representa lo que ve a su alrededor. Resulta que a sus tortugas les hacía falta unos ojos que se parecieran a los de verdad.
Probó con la semilla de la chuchimba, quemando la madera con la broca del motortool, incrustando pedacitos de madera, pero nada se parecía a los ojos que estaba buscando. Por último, le abrió un huequito a la madera, le puso una chaquira negra y finalmente dio con el ojo de la tortuga, con el iris y la pupila exactos.
Oírlo hablar del amor que siente por el trabajo artesanal y la satisfacción que le produce es conmovedor. Lo dice con claridad: «es algo que enamora, es derretir usted todo el amor que siente sobre algo, abrirse y entregarse completico». Como sabe que el buen acabado define la utilidad de un producto, se siente confiado al tomar el tinto de todas las mañanas en la taza que él mismo talló en madera. Sabe que algo quedó bien hecho porque al terminar siente gratitud y regocijo por dentro —lo dice con la palma en el pecho—, y sin duda, es una satisfacción que podemos apreciar en sus piezas, cuidadas y bien terminadas con cera o aceite de oliva.
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