Taller: Artesanía Magüí
Oficio: Cestería
Ruta: Ruta Valle del Cauca
Ubicación: Cali, Valle del Cauca
Un día Dios le dijo a Deira que hiciera canastos. Ella había estado trabajando como operaria de máquinas planas en una fábrica en Cali a fin de año, pero no le pagaron. Por esos días, cada vez que prendía la televisión, veía que en las noticias hablaban de ayudas para los artesanos. Después de que, en enero, la empresa en la que trabajaba volviera a negarle el pago, salió sin esperanzas, se sentó a solas con Dios y le preguntó qué podía hacer para volverse artesana, y él le dijo: canastos.
Deira creía que no sabía nada de artesanías. Había crecido en Magüí Payán, Nariño, donde su abuela y su madre le habían enseñado el tejido de los ancestros. Ella ya sabía tejer con rampira, que es la misma iraca, y en paja tetera. Con esas fibras hacían canastos que se usaban en las cosechas de todas las cosas del monte, el plátano, la yuca y el maíz. Pero como en ese entonces no se decía que los canastos fueran artesanías, pues se tejían para los usos del campo o para hacer sombreros, Deira creyó que ser artesana era algo muy distinto.
Al día siguiente de que Dios le diera su palabra, Deira salió con 3,000 pesos a comprar lo del desayuno. Había estado pensando en su revelación y sentía alegría en su corazón, pero a pesar de tener la clave, no sabía en qué tejer los canastos, pues en Cali no se conseguía la rampira ni la paja tetera, y Dios no le había dicho nada más. Sucedió que mientras caminaba por la calle, yendo por el desayuno, Dios le agachó la cara en el momento exacto para que viera, a sus pies, un pedacito de zuncho. Ella supo de inmediato que ese era el material que debía usar. Recogió la guasquita, como ella le dice, y preguntó por ella a la gente en la calle hasta dar con el lugar en el que debía comprarla. Los 3,000 pesos los usó para comprar zunchos, se le fue el hambre y volvió a su casa a intentar tejer su canasto.
Pero se le había olvidado. Hacía años que no hacía un canasto y como su madre ya había fallecido, no sabía a quién preguntarle. Entonces le volvió a preguntar a Dios, le pidió que fuera su maestro y la guiara para volver a aprender, y funcionó, pues la guió no solo para tejer los canastos sino para hacer las agarraderas distintas a como se hacían en el campo. Lo que siguió fue buscar más guasquitas. Las conseguía en las chatarrerías de Cali, las lavaba y las tejía. Le preguntaban qué iba a hacer con toda esa basura y ella respondía: canastos. En una ocasión llegó a ofrecerlos en una fundación y le pidieron que hiciera doscientos. Ella apenas estaba empezando, no tenía quién le ayudara a tejer tantos, pero dijo que sí. Consiguió quienes cortaran, rajaran y aprendieran a tejer, y pudo entregar el pedido un día antes de la fecha acordada.
Hoy en día trabaja con grupos de mujeres que se encargan de cada parte del proceso: rajar, cortar, armar hasta cierta parte, quebrar, hacer la barandilla, poner la manija y pulir. A muchas les ha enseñado a hacer el tejido cerrado y a otras, mujeres del campo, les ha explicado cómo retomar el tejido tipo ojo, uno más difícil de hacer porque es propenso a desbaratarse. Reciclando un material como el zuncho, Deira pudo cumplir el sueño que tenía en mente desde antes de que Dios le hablara: tener una empresa que pudiera darle empleo a los adultos mayores. Días antes de que le llegará la revelación, ella había dibujado en un papel su aspiración, una empresa con veinte personas, vigilante y lugar de trabajo. Hoy, su dibujo es su realidad.
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