Taller: Cerámicas y artesanías Mauro
Oficio: Alfarería
Ruta: Ruta Cauca
Ubicación: Inzá, Cauca
San Francisco, Taller artesanal cerámicas Mauro, Inzá, Cauca
3228936733
Mauricio decidió muy jovencito que no quería terminar el colegio. Su papá acogió, a regañadientes, su decisión, pero con una condición: que hiciera algo. Ese “algo” se materializó a los ocho meses cuando en su pueblo se ofreció un viaje para ir a conocer cómo trabajaban los alfareros de La Chamba, en Tolima. Ya le había llamado la atención el trabajo en barro al fijarse, detenidamente, en un grupo de mujeres que lo amasaban y hacían piezas que le llamaban bastante la atención. Su papá lo mandó al emblemático pueblo artesanal tolimense con la esperanza de que ese “algo” que soñaba pasara. Y pasó.
Bastó que Mauricio viera a esas familias enteramente dedicadas al mundo de la arcilla, desde su preparación –que recuerda con una sonrisa porque para pulverizar el barro lo tiraban en la carretera y esperaban que los carros le pasaran encima y luego, ya en polvo, la cernían– hasta su elaboración y comercio. Le resultaba fantástico, y casi milagroso, que el barro quemado pudiera convertirse en algo tan bello y que, de paso, le diera con qué vivir a las manos que lo moldeaban. “Algo”, definitivamente, nacía en su corazón y que ya, muchos años después de aquel viaje, ha podido nombrar como vocación.
Hoy repasa aquellos días y se le viene a la mente algo que le sucedió: supo desde ese entonces de que, aunque la cerámica negra de La Chamba era fantástica, ese no era el barro con el que quería trabajar, sino el naranja, o color teja, como lo llama, que con ese sí siente que está contando algo propio de su territorio caucano. Uno al que define, ni más ni menos, que un ícono sin igual: el parque arqueológico de Tierradentro y sus representativos hipogeos, o tumbas subterráneas. Sus más de 16 resguardos indígenas, custodiando ese pasado, están ahí para mostrárnoslo.
Pero para llegar al presente, Mauricio no puede saltarse su aprendizaje de la mano de las maestras alfareras de Inzá. A ellas les aprendió lo que sabe y que, con los años, y ya solo, ha ido perfeccionando. Era el único hombre del grupo artesanal y, por un buen tiempo, trabajó muy bien a su lado. Hasta que tomó vuelo solito, cuando descubrió que tornear lo hacía sentir “la magia en las manos”. De inmediato regresó al instante en el que vio cómo nacía esa taza en manos de una artesana tolimense, una escena que se le viene a la mente una y otra vez, y que le representa algo profundamente conmovedor, la transformación perfecta de la materia y el dominio del hombre sobre la arcilla a través de esos giros que implican una conexión plena del cuerpo, y de las manos atentas, con el barro en movimiento.
Con la convicción de que esto era a lo que se quería dedicar –y con un primer pedido de cuatro mil piezas en torno que lo trasnocharon, pero le dieron la confianza de que ese era el camino para honrar a su padre con la promesa de hacer “algo” en la vida que valiera la pena–, se dedicó a estudiar su territorio, su historia y su paisaje y así fue descubriendo no solo un rico acervo cultural que replicaría en su cerámica: los hipogeos en miniatura, las doce capillas doctrineras que allí se construyeron durante La Colonia, así como objetos como las vasijas en trípode que calentaban los alimentos al fuego de leña debajo suyo o las alcarrazas para la bebidas fermentadas, chorotes para tostar el café o calentar las arepas, filtros de agua y vajillas en barro. Un patrimonio tan rico como el natural que lo rodea, en donde Mauricio celebra vivir rodeado de tantos barros de colores sorprendentes, como los recientemente descubiertos, un rojo que, dice, parece tinturado, y una arcilla negra, además de las tradicionales con las que él trabaja, ya que donde trabaja, en la Vereda San Francisco, tiene dos minas, una de barro gris y otra de barro café.
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