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Elibeth Beltrán Páez

Taller: E.a.pont
Oficio: Trabajo en no maderables
Ruta: Ruta Bolívar
Ubicación: Cartagena, Bolívar


Cuenta la historia que en 1960 llegó a Bolívar un señor llamado Rafael López Baena. Venía de España, se dedicaba a embalsamar animales, y era ciego. Tenía un amigo llamado Victor Torres y otro al que le decían el Pancho, con quienes recorrió toda la región cazando, hasta que llegaron a Pontezuela, donde Victor Torres se enamoró de una mujer llamada Griselda González. Y se comprometieron. Después de casados, se trajo a vivir con él a su amigo Rafael López, todo esto para contar que fue el Mono López, como bautizaron en el pueblo al señor Rafael, quien le enseñó a trabajar el totumo a Lorida Ortega, quien a su vez le enseñó a su nuera, Lili, que es como de cariño le dice a Elibeth Beltrán Páez.

Lorida recuerda ver al Mono Núnez raspar los totumos mientras los instruía, mandar a alguien a abrirle un hueco, usar los cuchillos, pedirle a alguien que se los sostuviera, y pasarle la mano a los totumos a medida que los raspaba y lijaba. Además, les enseñó a pintarlos con una pintura que se rendía con alcohol para madera y se aplicaba con motas de franela. Primero el blanco, después el verde, después el rojo. En esa época ella tenía quince años y desde entonces ha trabajado con el totumo, oficio que le enseñó a sus hijos y en el que llevan años trabajando de la mano. Se volvió una experta al tiempo que su familia se volvía una familia de artesanos, y hasta a subirse al palo a recoger su material aprendió. Y justamente fue en el taller del Mono López donde conoció, mucho antes de enamorarse, al que sería el padre de sus hijos, Abelardo González. Y es ahí donde las historias y los caminos se cruzan, porque su hijo Alex González se fue a vivir a Venezuela y allí conoció a Elibeth.

Cuenta Elibeth que después de conocerse y formar una familia, era común que viajaran entre ambos países, compartiendo con ambas familias, hasta que decidieron quedarse en Colombia haciéndole frente a la crisis en el 2019. No fue nada fácil. Sus dos hijos habían nacido y sido criados en Venezuela, así que tuvieron que adaptarse, y lo mismo ella, quien en la búsqueda por un empleo decidió darle una oportunidad al totumo, ese oficio que la familia de su marido conocía tan bien. Empezó de cero y tuvo la suerte de tener talento para ello. Lo primero fue hacer las maracas tradicionales que desde hace tiempo se venden en Cartagena, rellenas con piedrecitas de río. Con la facilidad con la que aprendió, quizá porque siempre le había gustado inventarse cosas, decorar tortas y construir cosas en foamy, no le costó inventar nuevas cosas. Con los recortes de los portalápices y vasos se puso a hacer aretes y collares, para no perderle nada al totumo, y a su llegada la familia fortaleció su vínculo con Artesanías de Colombia. Su marido, que había aprendido de niño pero tuvo que afinar todos sus conocimientos de adulto, innovó a su vez, creando unos pocillos en variedad de tamaños que han sido un hit entre sus clientes. Con la energía fresca de Alex y Elibeth, la familia se empapó de nuevos diseños, cortes y colores. También se capacitaron para aprender la mejor forma de lavar el totumo, con alumbre, así como para tomarle buenas fotos a sus productos y mejorar los empaques en que los entregan. Hoy esta familia extendida de artesanos hace materas, lámparas, copas, accesorios, y claro, las tradicionales maracas.

Artesanos de la ruta

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