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Fanny Iguarán

Taller: Fanny Igurán
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Riohacha - Nazareth
Ubicación: Riohacha, La Guajira


AGENDA TU VISITA

  Carrera 11bis # 25-58, barrio La loma, Riohacha, La Guajira
  3103670563
  fannyarte@hotmail.com

Fanny fue la elegida para seguir el legado de su familia. Cómo no si era la hija mayor de Lucía Inciarte, maestra de maestras, el nombre que ha hecho famosa la población de Seura, en la media Guajira. Ser su hija no fue fácil, y la dureza con la que vivió la infancia solo la pudo agradecer años después, cuando ya no valía la pena mirar atrás con reclamo, sino atesorar el brillante futuro que le sembró en las manos la maestra Lucía. Pero recordar le saca suspiros, porque regresa el sentimiento encontrado de maravillarse con la habilidad de su madre y la de toda su estirpe tejiendo, al tiempo que los llantos que tantas veces salieron de sus ojos de niña por no poder descansar, por el dolor de brazos y las llagas en las manos. Aun así, no se arrepiente de nada de lo vivido, porque, como se lo decían, “eso es la vida, que es sabia, y te va a llevar muy lejos, por eso tienes que aprender bien”.

Y aprendió bien. Pero ay que le costó. Porque ese día a los 14 años en que creyó que podría hacerle una trampita a su mamá, ésta se lo cobró con creces. Doña Lucía le había dicho que tendría que salir a hacer un mandado. Ya le había visto a su hija la madera para liderar la armada del telar, la había visto hacerlo velozmente y con mucha agilidad. Por eso, la dejó a cargo del trabajo del día. Lo que nunca se imaginó Fanny fue que su madre se devolvería. Y cuál no sería su sorpresa cuando no la encontró en el taller, sino en la cocina, pues se había retirado un rato para preparar los alimentos. Quién dijo miedo. “¡Yo te parí, y te parí para otra cosa, no para estar en la cocina!”, le gritó. Y la amenazó diciéndole que, si alguna vez volvía a verla en las mismas, le quemaría las manos, para que se acordara siempre de que no se desobedecían las órdenes.

Así eran las cosas en la casa Iguarán, severas, porque había que aprender bien. Fanny relata todo esto no con el ánimo de alarmar a nadie, lejos está ella de considerar que así se les enseña a los hijos, y ella lo ha hecho distinto, pero eso no la hace admirar menos a su mamá. Al revés, la narra como una mujer que fue capaz de resistirlo todo y, por contraste, volverse la mejor artesana de la región. Una que fue invitada a París por la Unesco y a Washington, para llevar el arte wayuu a nuevos escenarios.

Además, carga un legado de mezclas, de bisabuelo holandés y también sangre venezolana, de comerciantes y caciques. De colores en la piel que revelan los múltiples orígenes a lo largo de las generaciones. Porque los intercambios culturales siguieron. Así que lo suyo, su historia, está llena de orgullo. Porque por cuenta de esa enseñanza tremenda Fanny se volvió una enorme tejedora también. Y se convirtió en instructora del Sena y es hoy evaluadora por competencias laborales en el área de tejeduría wayuu. “Uno no se da cuenta de lo que le están enseñando los papás, cuando se lo enseñan, y parece tan duro…”, dice, finalmente entendiéndolo todo. Y recuerda uno de esos días en donde doña Lucía regresó desde tan lejos, sin ningún regalo para sus hijas, no porque no viera nada bonito para ellas sino porque no conocía de dinero, Fanny entonces se puso a la tarea de hacer del arte un oficio que les diera autonomía a las mujeres.

Con esa resistencia en el tronco se dedicó a armar grupos artesanales y a buscarles salidas a los tejidos. Y allí empezaron los pedidos. Con 200 se probaron y lo lograron, al punto de que un día, de una fundación en Estados Unidos, les pidieron que mandaran tres mochilas para participar en una subasta. ¿Tres?, se dijeron, y mandaron 30. Cuál no sería su sorpresa cuando la emoción por las mochilas fue tal que diseñadores de la talla de Carolina Herrera, Tommy o Silvia Tcherassi las intervinieron haciendo de ese trabajo un show sin precedentes. Luego vendría el reconocimiento, uno en donde la llevaron a Estados Unidos, patrocinada por el automovilista Juan Pablo Montoya y compartiendo tarima con Shakira y Daddy Yankee. Allí vio el sueño de su mamá cumplido. Su hija lo había logrado, había cumplido con su tarea bien. Y hoy es ejemplo de su comunidad guajira. Fanny disfruta de su vida, enredada entre sus hilos.

Artesanos de la ruta

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