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Federman Vargas Peralta

Taller: Artesanías y diseño Peralta
Oficio: Trabajos en madera
Ruta: Ruta Bolívar
Ubicación: Baru, Bolívar


La vida y obra de este artesano está inevitablemente ligada al mar. Empezando porque su abuelo, quien trajo a la isla de Barú el apellido Peralta del que solo son herederas su madre y su tía, era un navegante. Y porque en honor a sus raíces acuáticas, como de mangle, Federman le puso a su taller el apellido de su madre. Seguido por el hecho de que su isla es una de pescadores que, estando rodeados por agua, se convirtieron en carpinteros para aprender a hacer sus propias canoas y casas vernáculas, con sus característicos calados en las celosías para la ventilación, usando la madera naufraga que llegaba a sus costas. Así, nadando y transportándose en canoas y lanchas, Federman se familiarizó con las criaturas del mar, mantarrayas, peces, cangrejos, estrellas, y las del aire que vuelan entre costas, los pelícanos, gaviotas y mariamulatas.

Como los carpinteros empíricos de su tierra, Federman encontró su oficio por su cuenta. Había entrado a un taller como ayudante y se había vuelto un experto en hacer moldes en yeso y silicona para la producción de piezas en cerámica. Con la necesidad de crear las figuras que después replicaría con sus moldes, aprendió a tallar en madera. Se dio cuenta de que no tenía que buscar los originales en otro sitio, sino que los podía hacer con sus propias manos. Poco a poco, la talla le empezó a llamar más la atención y cobraron para él más valor sus tallas que las réplicas de estas en arcilla. También se dio cuenta de que sería más fácil dedicarse a la madera, sin la necesidad de tener un horno, pinturas especiales, ni de esperar, pues los procesos en cerámica son especialmente largos.

Entonces se quedó con la madera. Empezó yéndose a Islas del Rosario y a Cholón a vender lo que hacía. Después, cuando las playas blancas y aguas claras de Barú se convirtieron en un destino turístico, se pusieron en contacto con los hoteles para que les sirvieran de vitrina a él y sus compañeros de la primera asociación de artesanos de la que hizo parte, con quienes asistió además a capacitaciones y ferias.

Había aprendido a tallar antes de la llegada de la energía eléctrica a la isla, a trabajarlo todo a punta de formones y cuchillos y, por lo tanto, a hacerle caso a las formas y tamaños que ya tenían los trozos de madera recuperados de la playa. Aprendió a leer la madera, a imaginarse cómo hacer un pez muriel, isabelita, reina u obispo según lo que su material le sugería. O una bandeja, cuando fuera el caso. Con el tiempo, entre pulpos, langostas, erizos, tortugas, martines pescadores y la variedad de garzas que visitan Barú, encontró que podía diversificar aún más la exuberante diversidad de animales que lo rodeaban. Lo hizo pintandolos de colores, dándole a la gente opciones para que combinaran con la paleta de cada una de sus casas. Y los botes no se quedaron atrás, esas artesanías que exaltan las tradiciones de su lugar en la Tierra, con sus colores característicos negro, azul y verde, ahora son pintados con las banderas de la variedad de países desde los que la gente viene para conocer Barú.

Artesanos de la ruta

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