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Fundación CasaBlanca

Workshop: Fundación CasaBlanca
Craft: Alfarería y cerámica
Trail: Ibagué-Chipuelo Route
Location: Chipuelo, Tolima


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  Centro Artesanal de Chipuelo Oriente (zona rural)
  3108775878, 3144167781
  fundacioncasablanca@gmail.com
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A dos minutos de La Chamba, cruzando un puente, está Chipuelo, vereda hermana de la tradición del barro negro. Aunque no tan conocido, comparte con La Chamba la larga historia de su herencia alfarera Pijao. Aquí también se han hecho, por siglos, esos moyitos a partir de la mezcla exacta de barro liso y arenoso que en un principio se amarraban con cabuya y cargaban sobre balsas hechas con vástago de plátano para embarcarse en el río Luisa, desembocar en el rió Magdalena, llegar a los puertos de Girardot, Honda y La Dorada, y ser distribuidos por el resto del país. Después, cuando hubo acceso por carretera, se cargaban esos mismos moyos en chivas y mulas. Los abuelos recuerdan haber visto a sus madres y abuelas trabajando el barro toda la vida, y a las balsas, chivas, mulas y camiones llegar y recoger su producción.

Si bien a ambos lados del puente se usan las mismas técnicas de engobado, brillado y ahumado en la quema, los acabados que le dan ese caraceterístico color negro birllante a las piezas, en Chipuelo se especializaron en las cazuelas, el recipiente infaltable hoy en día para servir el ajiaco y los frijoles humeantes, y en La Chamba se fueron por las bandejas y tinajas más grandes. El proceso, además de largo, involucra a toda una cadena de individuos y de «tareas», que es como le llaman a tres docenas de cazuelas. Empieza con la extracción de los barros lisos y arenosos, su molienda en el molino comunal, y la preparación de la pasta cuya proporción exacta es parte de la herencia de este oficio. Sigue con el moldeado de las cazuelas: en la mañana se hace el cuerpo del recipiente y en la tarde se le ponen las orejitas. Al día siguiente, después de que secaron en la noche, se les pinta de rojo con el barniz o engobe hecho con el barro del río Suarez, que se convertirá en negro durante el ahumado con aserrín o cortezas al final de la quema. Y luego de que secó el barniz, se le manda la «tarea», esas tres docenas de cazuelas, a quien las bruñirá a punta de piedra ágata, cerrando los poros del barro para que brillen. Después viene la quema en hornos de leña, y la batida de las piezas dentro de canecas para que a todas las alcance el humo mientras están aún al rojo vivo.

El paso con el que terminaba la producción de cazuelas ha sido, por mucho tiempo, entregárselas a quien las venderá. Justamente ese ver constantemente a los comercializadores llegar a la vereda, cargarse de moyos y partir, moldeó la idea de los alfareros sobre sus piezas, haciéndoles creer que dependían de ese sistema de intermediarios para poder ganar algo con su oficio y que por sí mismos no iban a atraer clientes. Así que esa ha sido la labor de la Fundación Casa Blanca: mostrarles que sí lo pueden hacer. Y lo han hecho en comunidad, hablando siempre en plural, sabiendo que si gana uno ganan todos. Literalmente, porque cuando reciben un pedido lo reparten para que entre todos trabajen y entre todos ganen, como una apuesta para superar la pobreza de las 180 familias alfareras de la vereda.

Se han ocupado de poner el terreno de donde se puede sacar al barro, de poner a funcionar el molino comunal, y de montar un centro artesanal donde ofrecer las cerámicas. También coordinaron la certificación del Sena, que en 2021 convenció a muchos de los alfareros incrédulos de Chipuelo de que sí son artesanos. Parte del trabajo es hacerles ver el peso de su oficio, ese valor que a veces parece impalpable o que pasa desapercibido porque está tan entrelazado con sus vidas que se da por sentado. Una forma de hacerlo es a través de la mirada de terceros, llevando sus piezas a ferias como el International Folk Art Market de San Diego, California, o Intergift, en Madrid, y vendiéndolo todo, porque los contenedores y cazuelas de Chipuelo hablan por sí mismos. La apuesta es volver a la alfarería de la vereda rentable, para que como con tantos otros oficios se entienda su valor. Pues si se entiende su valor, se le querrá conservar, y así el relevo generacional ya no será un problema.

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