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Gerardo Hurtado

Taller: Museo La Casa Del Sombrero Suaza
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Huila
Ubicación: Suaza, Huila


AGENDA TU VISITA

  Carrera 8 # 6 -45 Suaza, Huila
  3114913794
  Sombrerossuazahurtado@yahoo.es
  @burritasombrero
  @sombrerosuazalaburrita

Gentil Hurtado, el padre de Gerardo Hurtado, crió a su hijo contándole las historias sobre el abuelo, Edolio, quien recorría a pie los 334 kilómetros que hay de Suaza a Girardot con sus caballos cargados de sombreros. Se los vendía a extranjeros y comerciantes en el puerto del río Magdalena, que los exportaban a Panamá y Cuba, y traía de vuelta las ganancias, el sustento de su familia. Gerardo creció siendo consciente de la importancia del sombrero en la economía de su hogar de 7 hermanos, y cuando tenía diez años, al ver a su padre preocupado porque faltaba la plata, dejó de estudiar para ayudarlo a tejer y acompañarlo a vender en ferias ganaderas y equinas. Era tradición que las mujeres del pueblo tejieran y los hombres arreglaran, es decir, le dieran la forma final al sombrero. Gerardo miraba a su padre, un maestro a veces impaciente y severo, para aprender cómo hacerlo. Muy pronto se dio cuenta de que hacía falta mostrar más los que hacían, pues los sombreros solían estar guardados y ser sacados solo cuando alguien preguntaba por ellos. Entonces, pidió que le dejaran el cuarto que daba al frente de la casa para montar un almacén y exhibirlos. Y cómo no iba a querer mostrarlos, si su trabajo es tan detallado y laborioso.

Todo empieza cuando se recogen los cogollos de la iraca, una mata que aquí es más resistente que en Aguadas, Santander o Sandoná, Nariño, otros municipios de Colombia en los que se tejen sombreros con ella. Se desorillan los cogollos para quitarles lo verde y después, con una horqueta de hueso de perro —o de venado, como el que usaba su abuela materna, María, y que Gerardo aún conserva— se ripian las hojas para sacar las hebras. Luego se hierve en agua con limón o naranja agria, o con matas de monte como la malba o el caudillo, para blanquearla. Se pone a secar en la sombra y una vez seca, se escogen las hebras según su grosor y tono. Lo que sigue es armar el empiezo con ochenta hebras, y a tejer. Se van cruzando, aumentando, subiendo y bajando las hebras, siempre apretando para hacer el plato, la copa, y el ala del sombrero. Lo tejen vuelta por vuelta y de ahí que sean sombreros tan exclusivos, pues en un día de trabajo se completan apenas dos o tres vueltas y terminarlo puede tomar entre quince días y un mes, dependiendo del ancho del ala y el calibre de la hebra. El último paso, en el que Gerardo se especializó, es la arreglada. Las hebras de paja que quedan volando se cortan con una cuchilla, una a una, y se pulen con un cortauñas. Después viene el golpeo. Con un palo pesado de granadillo, parecido a un pilón, se le da la forma al sombrero sobre una horma de madera de dinde y luego, con distintos palos, se afinan la copa y el cordón.

Cada tejedora va al monte a recoger su iraca, la ripia y la selecciona. Nadie la vende y también por eso hablamos del sombrero suaceño como uno especial. Lo usan hombres y mujeres, personas dedicadas a la ganadería y a los caballos, y la verdad es que se ven todas muy elegantes cuando lo llevan puesto. Gerardo es consciente de lo especializada que es su artesanía y la exhibe con orgullo en las principales ferias equinas, ganaderas y artesanales, e incluso ha viajado a mostrarla a Europa. Por esto mismo decidió montar la Casa del Sombrero Suaza, un taller museo en el que habla de la historia y el proceso de producción de los sombreros, y que te invitamos a visitar. Según cuenta, muchos visitantes entran solo a mirar pero después de oír todo lo que tienen por contarles entienden su valor y salen del museo con un sombrero blanco en la cabeza.

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