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Laura Amparo Ramírez Ponare

Taller: Artesanías Laura
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Vichada
Ubicación: Cumaribo, Vichada


Para Laura la palabra es para relatar. Lo hace permanentemente. Y con una hermosura que conmueve. En su casa de siete mujeres, seis hermanas y su mamá, se habla fuerte y sin rabia; con la voz, se conduce el mundo. Habla de su familia como su máxima fuente de inspiración, su mejor ejemplo para llevar con toda la potencia y la dignidad el territorio sikuani en el corazón.

Al ser herederos de los fundadores del Resguardo Indígena Santa Teresita del Tuparro, su padre, luego de vivir en distintos lugares del Vichada, se dijo que debía regresar al lugar que había pisado alguna vez su familia y, con censo en mano, recuperó la tierra junto con ocho familias más. Era 2012 y se convirtió en capitán de su comunidad. Hoy, por votación, ese título le pasó a su hermana mayor, Nelly Janeth, a quien describe como una mujer con capacidad para debatir, hablar, por ella y por todos ellos. Su familia, su orgullo.

Laura es una veinteañera, pero la narración que la sostiene es de siglos. De su boca sale el mito fundacional del árbol de la vida, el inmenso Kaliawirinae, ese que antes de ser alimento fue un niño recorriendo la selva de la mano de su abuelita. Al ser tiempos en donde nada crecía sobre la tierra, era la piel del niño, con capas de mugre que se volvían harina, la que los alimentaba en su trasegar. Finalmente, luego del hambre, el pequeño se convirtió en el árbol de la vida, cargado de la abundancia que la gran selva húmeda le ofrece al mundo. Ese árbol, en lo que hoy sería Venezuela, se convirtió, sin embargo, en la codicia de los aserradores, por lo cual, también en el cuento hay protección contra aquellos que solo piensan en ellos mismos, los egoístas, sin considerar a los demás.

Los sikuani, como todas las comunidades indígenas, se saben en riesgo. Pero persisten. Resisten. El nomadismo, muchas veces impulsado por el temor y la necesidad, ha hecho que las tradiciones se vayan olvidando. Quizá por eso, la tradición de la tejeduría en la familia de Laura no vino por su abuela sino por su mamá, Carmen Ponare. Y le llegó ya adulta. Cuando Carmen tenía 18 años vio cómo el trueque con otros indígenas era una forma efectiva de tener recursos para obtener sus alimentos. Los canastos sikuani eran considerados como algo útil y bello, lo que los volvía una herramienta de intercambio. Fue así que observó muy bien cómo se hacían y los aprendió a hacer hasta la perfección. Sería ella entonces quien le enseñaría a su propia mamá y a sus hermanas, las tías de Laura. Así inició el oficio en su estirpe, recuperando el saber de todo su pasado.

Carmen finalmente pudo vivir de lo que aprendió y les enseñó a tejer a sus seis hijas ese oficio que tanto la ayudó, en esos tiempos en donde su marido se iba por meses a la selva y ella tenía que velar por sacar adelante a su familia. Hoy, puede estar segura de que tiene en todas estas mujeres a grandes artesanas. Cada una de ellas domina el trabajo en palma de moriche y de cumare y hacen unos bolsos y canastos que representan muy bien lo que su cultura es. También se han permitido la innovación y exploran diseños que estén a la moda, siempre conservando la profundidad de lo que ellos son. Laura es la única que vive en Cumaribo, el resto, en Santa Teresita, a tres kilómetros de distancia. Cada una trabaja en su casa, y se juntan para vender o para llevar a los turistas al resguardo y ofrecerles una inmersión cultural plena.

Es difícil no encantarse con su voz, esa que cuenta pausado y cadencioso que la laguna vecina al resguardo La Raya, si se mira desde el cielo, tiene esa forma porque alguna vez se atrapó entre sus aguas a una chica vuelta sirena; ésta fue raptada por un extraño –o blanco– quien, encarnado en un pez, acecha a las muchachas que menstrúan o a los niños que apenas están dejando de lactar. Por ello, a ambos, se les reza el pescado para que nunca nadie les pueda hacer el mal. Así vive esta contadora de historias, esperándonos para que la visitemos en su territorio y nos embrujemos de belleza.

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