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Luis Octavio Ocampo Londoño

Taller: Mundo Jadake
Oficio: Trabajos en Madera
Ruta: Ruta Risaralda-Quindío
Ubicación: Santa Rosa del Cabal, Eje Cafetero


Hay cosas que detonan las viejas memorias de la niñez. Jugar en la calle, la puntería de las canicas en el piso, lanzar el yoyo de todos los colores. También, la mesa de juegos, el torneo en familia, las risas y rabietas por unos puntos de más. La compañía y el calor. Quizá ese el efecto que más disfruta producir Luis Octavio Ocampo con el camino que tomó su vida.

Desde hace más de 20 años construye juguetes y juegos de madera en Santa Rosa de Cabal, en lo que se ha convertido en un negocio de familia. Marta Lucía, su esposa, vende; su hija, Jamileth, es su administradora; Dairo Germán es el arquitecto y diseñador y Kevin se dedica al control de calidad y embalaje de los productos. Siguiendo las iniciales de los hijos, crearon Mundo Jadake y, como bien lo dicen, “más que fabricantes de juegos, somos fabricantes de sonrisas”.

Todo empezó en la vida de este carpintero con la toma de conciencia de la abundancia de la madera en su pueblo maderero. Desde siempre estuvo en ese campo, y terminó su colegio con un técnico en el área de la madera, conocimiento que luego perfeccionó en el Sena. Hacía principalmente muebles, comedores y todos los enchapes de madera que se usan en una casa.

Pero se dio cuenta de que se desperdiciaba mucho material, así que un día tomó algunos retales de pino y se animó a hacer réplicas de los carros de colección que tanto recordaba de la infancia, el modelo T de la Ford o los Mercedes Benz clásicos que veía en las películas. Se descubrió un talento. O se lo hicieron ver cuando participó en una feria artesanal en Pereira donde le señalaron que lo que estaba haciendo era único y original.

Como dominaba el torno, se vio, de repente, cortando y lijando piezas minúsculas, farolas, parabrisas y llantitas. Se divertía infinidades. Luego empezó a combinar maderas, cedro, algarrobo, sapán, urapán y pino ciprés y canadiense, cada cual con una tonalidad tan distinta que no necesitaba ponerle colores artificiales a la madera.

A los carritos se les fueron sumando, con los años y ya la participación de la familia en pleno, juguetes para niños y juegos de mesa como el tradicional parqués o el rummy q y otros de “gimnasia cerebral” orientales como los tangrams, de piezas de madera geométricas que buscan la concentración del jugador para armarlos. Todo un reto a la tecnología que nos abruma y tantas veces aísla, invitando a la recreación junto al otro, compartiendo y acompañándose.

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