Taller: Jalianaya
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Riohacha - Nazareth
Ubicación: Manaure, La Guajira
María Cristina es artesana desde los 5 años de edad. Como dice ella, nació artesana gracias a las enseñanzas de su mamá, Dolores Jusayú, quien, a su vez, fue entrenada por su abuela paterna en los distintos tipos de tejeduría, volviéndose una habilísima artesana. Dolores aprendió, como gran parte de las mujeres wayuu en sus inicios, tejiendo la faja masculina o la si’ira y en su largo encierro de dos años, se volvió una diestra en el arte del tejido, haciendo, entre otros, el chinchorro de araña, el chinchorro doble, los flecos y las mochilas de distintos tamaños, así como dominaba distintos tejidos y era una maestra del paleteado. Ese fue el paisaje con el que María Cristina creció, por lo cual, al ser hija única, recibió toda la atención y su madre se dedicó a enseñarle su legado. No por nada su propio encierro duró poco, pues ya tenía las mejores bases para seguir con la vida tejedora.
La vida de estas mujeres wayuu transcurre en un escenario distinto al de la Guajira que imaginamos, pues vive cerca de las famosas minas de sal de Manaure, esa explanada gigante de algo así como cuatro mil hectáreas de formaciones salinas de donde sale casi el 70% de la sal marina que se consume en Colombia. Ese paisaje casi lunático, de montañas blancas que se van secando al sol y crean con su reflejo velos de rosa en el agua, es indudablemente, un lugar de belleza excepcional. Sin embargo, para nuestra protagonista, la riqueza natural no se compadece con quienes la explotan artesanalmente, haciendo de muchos de los guajiros de la zona, personas con inmensas necesidades.
Con esta sensibilidad a flor de piel, María Cristina le ha dedicado su vida a intentar mejorar las condiciones de vida de quienes la rodean. Y aunque ha logrado consolidar un proyecto artesanal sólido de la mano de su familia, su vena solidaria la ha hecho extenderles sus alas a los artesanos de su región. Justamente por ello fundó el taller artesanal Jalianaya, una composición lingüística que significa jalia, ayuda o cuidado, y naya, ellos, es decir, ayuda para ellos, o ayudarlos.
Es así que la comunidad de María Cristina gestionó un crédito para un proyecto productivo artesanal familiar el cual fue la base para llegar a donde se encuentran hoy, una red de 150 artesanas desplegadas en las rancherías vecinas. Todo empezó en 2002, cuando logró organizar el andamiaje para tener su primera producción de mochilas con el apoyo de 50 mujeres que se vincularon al proceso. Ese mismo año vendieron sus primeros productos en una feria artesanal en Bogotá, lo que les permitió empezar a pagar el crédito. Compraban el hilo en la capital para repartirlo entre las mujeres asociadas, a quienes les enseñaron nuevamente la simbología tradicional mediante capacitaciones y cartillas de diseño que les ayudaron a mejorar la calidad de sus productos. De este modo, todo fue adquiriendo forma.
Al no haber tenido hijas, sino tres hijos varones, María Cristina resalta un cambio importante en la cultura y fue la vinculación de los hombres al proceso de elaboración de las mochilas y las gasas, lo que ha permitido tener una mejor convivencia y distribución de responsabilidades en la labor artesanal. Recuerda cómo, al comienzo, cuando se fue a la Chevron a impartir el aprendizaje de la tejeduría entre sus empleados, veía que a los hombres les gustaba el oficio –cómo no, si habían nacido entre los hilos de sus abuelas, mamás y tías–, pero les daba vergüenza admitirlo y se escondían para hacerlo. Sin embargo, logró derribar la pena y volverlo una capacidad y un complemento ideal para las economías de los hogares y un acercamiento a las relaciones con sus esposas y compañeras. Su labor pedagógica, como Licenciada en Educación, resultó uno de los grandes aportes al sector y que han logrado llevar su habilidad más allá de las fronteras de su propia familia. De hecho, resalta con enorme emoción cómo logró vincular a su proyecto a un muchacho mudo, Juenis, de quien dice es un maravilloso tejedor que pudo mostrar su talento más allá de sus propias limitaciones.
Hoy, acopia el material artesanal del vecindario, tiene varios puntos de venta y un taller en donde hace los terminados de las mochilas. También preside la Federación Nacional de Artesanos Wayuu y lidera la Fundación Jalianaya, que busca canalizar recursos para hacer proyectos que beneficien a más artesanas. Por supuesto, con tanta ocupación le pregunto que si sigue tejiendo, y suelta un claro que sí, que sin hacerlo, no se sentiría completa. Y se le ve, gozosa y realizada, con la energía suficiente para seguir conduciendo, y con las esperanzas de que su hijo Etwin sea su heredero.
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