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María Concepción “Conchita” Ospina

Taller: Kayuusipaa
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Riohacha - Nazareth
Ubicación: Cabo de La Vela, La Guajira


Mi nombre es María Concepción Ospina Gómez y mi nombre artístico Conchita, que es como me conoce todo el mundo”. Nació, creció y vive en el Cabo de la Vela, paraíso marino de la Alta Guajira. Es la heredera del saber en las manos de su mamá Lilia Gómez y de sus tías María Agustina y Juana, las tres encargadas de haberle transmitido el oficio que a lo largo de su vida ha cultivado.

Cuenta que desde sus diez años ya se consideraba una adulta que cumplía con los quehaceres de los grandes, pero a su escala, “ya tejía, ya hacía mochilitas, hacía chinchorritos pequeños, armaba mi telarcito pequeño, que ella misma me lo armaba… entonces yo me crié como entre el arte y el pastoreo de ovejas, iba a buscar agua, volver, les daba de beber a los animales y paralelamente le dedicaba el ratico ahí a mis tejidos con mi mamá”. Tuvo la particularidad de desarrollarse tarde, a sus 15 años, por lo cual no vivió el ritual de encierro, lo que siempre lamentó.

Eso no hizo, en todo caso, que no aprendiera el arte con la más alta maestría, lo que la hace un referente en esta zona tan al norte del país. También la ha hecho única su inmenso contacto con el mundo, pues al vivir en una zona tan turística, ese Cabo de la Vela que es ansia de todo el que quiera descubrir lo que es un mar que se conecta con las estrellas, ha tenido la oportunidad de conocer a cientos de extranjeros que se deslumbran con lo que tiene para contarles y mostrarles. Y los oye. Los recibe en su hospedaje junto al mar y allí les cuenta todo lo que debe saberse sobre el chinchorro y cuenta que su secreto radica en el colgado milimétrico del telar.

También se pierde en los dibujos de las constelaciones o del paso de los caballos sobre la arena y en las historias de Wale’ Keru y cómo es que esta araña ha logrado ir tejiendo sueños a través de los tiempos y en las manos de cada mujer que se sumerge dentro de su telaraña. Sin embargo, algo más la ata a otras culturas, pues una de sus abuelas fue hija de un Wayúu de padre español y ella, a su vez, tuvo como primer marido a un francés. Esto la ha hecho disfrutar infinidades las invitaciones que ha tenido para exponer sus mochilas y chinchorros, con toda la cabuyería que tanto le gusta hacer, en la Feria Internacional de Artesanía Nuevo México, IFAM, en cuatro oportunidades, así como en otro encuentro artesanal en Francia.

Pese a la exposición que ha tenido, tiene claro que el saber Wayúu debe continuarse y, como no tuvo hijas, se lo impuso como misión a través de la enseñanza. Con sus alumnas ha experimentado la innovación de sus productos y, trabajando de la mano con diseñadoras, hoy están fraccionando la mochila y, por ejemplo, los fondos los están convirtiendo en individuales o centros de mesa y los cordones los están volviendo cinturones para jóvenes. También hizo parte del grupo de artesanas que está trabajando apliques de tejido en maletas y morrales con una reconocida marca nacional. No le teme a los retos y sabe que con este tipo de colaboraciones se mantendrá viva la tradición.

Artesanos de la ruta

Artesanos de la ruta

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