Taller: Bordados y Macramé AA
Oficio: Tejeduría
Ruta: Ruta Caquetá
Ubicación: San Vicente del Caguán, Caquetá
Cuando Sulay Alejandra aprendió bordado en el colegio en Cartago, Valle, como requisito para aprobar la materia de artes, no se imaginó que las puntadas de ese oficio la salvarían de adulta. A los 25 años llegaría a San Vicente del Caguán, desplazada del Valle por una infancia llena de violencias y sin el apoyo de su familia. Había dejado atrás a su hija, estaba sola y trabajaba largas jornadas en una cocina que le pagaba muy poco. Una tarde se cruzó en la calle con dos mujeres que repararon en su blusa bordada. Le preguntaron quién la había bordado y ella respondió que era una creación suya. Las mujeres, Lucena Rebolledo y María Eugenia Ossa la invitaron a su grupo de tejedoras.
Empezó a visitarlas los domingos, el único día que le quedaba libre en el trabajo. Pasaba los días triste y cabizbaja, sin duda, estaba deprimida por el desplazamiento. Pero las primeras amigas que hizo en esta nueva ciudad y el tejido, poco a poco, le ayudaron a ver la luz. En el grupo al que entró como bordadora se topó con el macramé. Pidió que le enseñaran y algo le hizo click por dentro. Los nudos de su pasado, todos los problemas que había atravesado, empezaron a convertirse en posibilidades. Con la técnica del macramé podía transformar sus nudos en otra cosa. Se dio cuenta de que no hacía falta desanudarlos, solo organizarlos para ver en ellos su potencial creativo.
Llegó el día en que Lucena la invitó a mostrar sus tejido en una feria en la que participaría. Sulay pasó toda la noche tejiendo y cuando le pidió permiso a su jefe en la cocina para asistir a la feria, este le dijo que si faltaba un día mejor no regresara. Y así fue: Sulay se lanzó al vacío. Hoy en día esta orgullosa de la decisión que tomó, entregarse a un oficio que no solo le permitió mantenerse sino que le ayudó a sanar. Rodeada de mujeres pudo, poco a poco, empezar a hablar de su pasado. A medida que iba tejiendo nudos con hilos, iba sanando los propios dolores. En sus propias palabras “hacer nudos tiene su terapia”. Desde entonces es una tejedora dedicada que se toma su tiempo para preparar lo que necesita, planear sus piezas y sentarse a anudar. Algunas veces no le sale a la primera pero eso no importa, sabe que con los errores gana experiencia para mejorar. Como le gusta tanto lo que hace, le pone su empeño y le puede dar la medianoche resolviendo un diseño, calculando con papel y lápiz los hilos y nudos. Con ese empeño hace de todo: hamacas, lámparas, sillas colgantes, tapices de pared, camas para gatos y hasta cunas. De vez en cuando va al río Caguán, recoge los palos que el agua trae y los usa para hacer repisas combinando la madera con el macramé.
A pesar de que al llegar a esta ciudad su acento la delataba como forastera, para esta artesana San Vicente del Caguán es su ciudad. Fue aquí donde se hizo un lugar y volvió a creer en sí misma y eso, para ella, significa tener un hogar. Es aquí donde, además, rehizo su vida de la mano del amor, junto a Deivy Alejandro Rojas. Los unió su duro pasado, que han sabido transformar en una familia. Se apoyan el uno al otro y estuvieron juntos cuando Sulay se lo volvió a apostar todo a su oficio durante la pandemia. Abrió un crédito, se dedicó a promocionar su trabajo por redes sociales y logró darse a conocer en todo el país para mover sus piezas, que son una muestra del potencial sanador del oficio artesanal. Ahora que puede hablar de su pasado, Sulay se siente una persona diferente, un Ave Fénix que tuvo que pasar por todo lo que pasó para renacer y convertirse en lo que es hoy.
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